Hay otra María Magdalena y Garth Davis quería que se supiese. Para eso eligió a Rooney Mara, con un rostro entre etéreo y sufrido, y Joaquin Phoenix, capaz de interpretar a un Jesús tan rebelde y místico como terrenal y expresivo. Esta María Magdalena sigue a un hombre que lleva el mensaje de Dios. Cree en El y se convertirá en su devota, más allá de la resistencia de su familia que sólo quiere que se case con un hombre que no ama. No hay ninguna referencia a su “título” de prostituta y la película se encargará de referenciarlo en el texto del final. El director muestra a una María a tono con la mujer de los tiempos actuales, que es capaz de luchar por los derechos que le corresponden, que reniega de los mandatos establecidos y que sostiene: “Haré que me escuchen, no me callaré”. La película relata el derrotero de los apóstoles en el camino que va desde la idea de que Jesús es el enviado de Dios, hasta las dudas de Pedro (que aquí es negro y lo interpreta Chiwetel Ejiofor) y el calvario de Judas. En ese camino, con paisajes naturales que reflejan como pocas veces se vio la desolación y la crudeza de Jerusalén y Galilea, despunta el vínculo entre Jesús y María. Esa preferencia que tenía por ella y las confesiones que le hacía a solas en el monte preparan el terreno para que no haya dudas de que fue María Magdalena quien sea la primera persona en verlo a Jesús resucitado. La trama hará foco en paralelo sobre las historias de Jesús y María, sin caer en lugares comunes, ni subrayados. Incluso la crucifixión se muestra con el realismo necesario, en una escena breve y demoledora. Este Jesús es más revolucionario y creíble, y esta Magdalena se ve más combativa y también más cercana. Aunque más lejos de las Sagradas Escrituras.