Maximiliano Pelosi dirige Mariel espera, con protagónico de Juana Viale, un drama sobre el mundo femenino, sus complejidades y contradicciones.
Mariel anda por los treinta años, en pareja consolidada, a punto de comprar su primera propiedad y esperando su primer hijo. Con un trabajo que todavía no le permitió crecer lo suficiente pero al mismo tiempo la encuentra en una zona donde se siente a gusto, su vida parece de a poco darle todo lo esperado. No obstante, una visita al médico le confirma lo peor: perdió el embarazo, la vida dentro suyo se extinguió, pero aún tiene que esperar a que el embrión se vaya solo, salga, se expulse.
Mariel, en la piel de Juana Viale en su primer protagónico para el cine, tiene que intentar seguir su vida de manera normal, pero con algo muerto dentro suyo. El dolor que siente, la impotencia ante lo sucedido, el miedo de que eso marque su futuro, todo intenta contenerlo. No es que Mariel simule llevar una vida normal con éxito, ocultando el destino trágico del embarazo y teniendo que soportar los comentarios bienintencionados de quienes creen que se encuentra en la dulce espera.
A Mariel se la ve perdida, apagada, distraída. Hay cierta frialdad en la interpretación de Viale que le termina jugando a favor y contrasta con la calidez que irradian otros personajes secundarios que la rodean: como el de Diego Gentile en el papel de su incondicional pareja y el de Graciela Alfano, como la coleccionista de arte para quien tiene que iluminar su casa.
Pelosi (el director de Una familia gay y Las chicas del tercero) narra esta historia principalmente en interiores amplios y luminosos, con un fuerte predominio de los colores claros. La iluminación es algo más que el trabajo de Mariel. Mientras siente que su vida toma un rumbo muy oscuro y difuso (aquel departamento que antes la había cautivado ahora la aterra), incapaz de dar a luz, todo a su alrededor se ve insoportablemente iluminado.
A su alrededor, se despliegan otros personajes y pequeñas historias: lo competitivo en su lugar de trabajo, con un compañero que la banca hasta que le conviene y una jefa exigente y algo envidiosa; la madre que está más inmiscuida de lo que su hija quisiera; el marido devoto que al mismo tiempo no puede salirse del sendero pautado por la mayoría; las amistades en las que de repente dejamos de vernos reflejados.
El mundo de Mariel es complejo y contradictorio. Y Pelosi lo pone en foco a través de un relato doloroso y profundo, con una mujer que tiene que andar por la vida con algo muerto en su interior, porque la medicina no le da una solución más rápida. La espera de Mariel es así: lenta y penosa.