Clint Eastwood y una incursión despareja, y por momentos decepcionante, en lo sobrenatural
Es ciertamente una demostración de lozanía que Clint Eastwood se atreva, a los 80 años, a probar suerte en nuevos terrenos como lo hace en esta despareja (y en muchos aspectos, decepcionante) incursión en lo sobrenatural. Peter Morgan, a quien suele irle bastante mejor cuando aborda el retrato de celebridades (Frost/Nixon, La reina) le proporciona una historia sobre la muerte, el duelo, el más allá y los vínculos entre los vivos y los muertos, concebida como un tríptico, estructurada a la manera de Babel y generosa en coincidencias y alusiones a hechos de la actualidad.
Precisamente, es una impresionante reconstrucción del tsunami que devastó Indonesia, Tailandia y otros países del Indico, la secuencia con la que el film se introduce en el tema. Sorprendida por la catástrofe, una periodista francesa de vacaciones (la excelente actriz belga Cécile de France) es arrastrada por las olas y milagrosamente logra sobrevivir, no sin antes pasar por la experiencia de asomarse al más allá (una visión que, luz enceguecedora mediante, responde a las representaciones de rutina). Pronto aparecerán los protagonistas de las otras historias. Uno es un chico inglés de clase modesta (vagamente extraído del mundo de Dickens), que vive desconsolado por la trágica muerte de su hermano gemelo; el otro, un obrero de San Francisco (Matt Damon, impecable), cuya excepcional condición de médium no es para él un don sino una pesadilla.
Mientras se siguen alternadamente las andanzas de cada uno -la periodista busca sustento científico para dar testimonio en un libro sobre los contactos con el más allá, un tema que alguna conspiración se empeña en ocultar; el chico se obstina en lograr contacto con su hermano, de quien recibe alguna oportuna ayuda, y el médium ensaya otro oficio, vive una frustración amorosa y pierde el empleo-, resta saber cómo el destino logrará entrecruzarlos, lo que se resuelve de la manera más forzada y previsible y en algún caso, próxima al ridículo. Pero que al final todas las piezas encajen genera un efecto tranquilizador irresistible para mucho público: que lo digan González Iñárritu-Arriaga.
Eastwood se rehúsa al melodrama y a dar respuesta sobre la existencia del más allá: quiere que el film hable del modo en que cada uno sobrelleva o debería sobrellevar la idea de la mortalidad y hasta incorpora alguna nota de humor, pero el tratamiento del tema suena trivial y sólo en contadas oportunidades (una escena romántica, por ejemplo, o el encuentro de Matt Damon con el chico en el hotel) puede sospecharse que es él quien está detrás de la cámara. El empleo que hace de su música -esta vez con ayuda de Rachmaninov- tampoco puede contarse como un acierto.