Primero fue un blog escrito en primera persona, luego una novela de Hernán Casciari, pronto una obra de teatro protagonizada por Antonio Gasalla y en algún momento iba a suceder: la película, en este caso dirigida por Marcos Carnevale y que ya desde ese póster feo avecina lo peor. Escrita por el propio Casciari junto a Christian Basilis, se trata de una película que apela al costumbrismo con lo grotesco de una manera anticuada y vulgar.
Más respeto que soy tu madre, la película, comienza con una escena en blanco y negro hablada en italiano. En ella un maestro pizzero le pide a su nieto que mantenga viva esta pizzería, al menos hasta el año 2000. De allí se salta a finales de 1999, donde ese niño ya anciano mantiene esa misma pizzería, ahora en Mercedes con un local de mala muerte donde sólo se junta con otros viejos a beber y fumar porro. El hijo de este abuelo pendeviejo (Diego Peretti en una caracterización penosa) hace lo que puede para mantener a su familia y se ve obligado a trabajar de delivery para la competencia, una cadena de pizzas. A su vez, está casado con Mirta, mujer de carácter que lleva adelante una enorme pero humilde casa (aunque en realidad luce mucho como una pensión), con dos hijos a los que apenas entiende y uno mayor que parece ser la promesa de la familia. La excusa de la trama tiene que ver con la idea de reinaugurar la pizzería más allá del difícil contexto económico y que se convierta otra vez en lo que supo ser: un lugar familiar y de encuentro. Pero para que una cosa funcione tienen que funcionar otras tantas.
Recargada de personajes (muchos no aportan más que algún chiste, y no siempre efectivo), la película es un compendio de situaciones tipo sketchs pero sin mucha gracia. Todo es tan exagerado y artificial que parece una mala copia de las comedias italianas de varias décadas atrás, con puteadas a los gritos y una serie de enredos ridículos. A nivel estético, el problema es igual de grave: se supone que la película sucede a fines de los 90s pero todo parece de épocas anteriores, con un filtro sepia inentendible e incluso una dudosa elección de vestuario.
En el fondo, y completamente desaprovechado, aparece la línea argumental que hace un poco a la historia, al menos en su origen: el de la escritura. Esa vocación y actividad placentera que Mirta encuentra en un momento de su vida que podría parecer demasiado tarde. Florencia Peña no está del todo mal en su papel de madre luchona, da la sensación de que hace todo lo que puede con lo que sabe: con una performance al mejor estilo Casados con hijos, histriónica. Diego Peretti luce tan exagerado como su maquillaje como este abuelo cuyos insultos casi siempre incluyen la misma palabra: chota.
Hay buenas intenciones pero el camino al infierno está pavimentado de ellas. Como se puede suponer, la película apela a la importancia de la familia y el legado familiar, de mantener vivo aquello de donde venimos. Están también las pinceladas de argentinidad, en especial en la resolución, donde uno siempre se termina identificando mas no sea por haber transitado tal momento. Pero las escenas se suceden muchas veces sin ritmo y cohesión entre ellas.
Un humor desactualizado y anticuado, una estética artificial y fuera de tiempo, lugares comunes, hacen de Más respeto que soy tu madre una fallida adaptación. Si bien se entiende que apuesta a un tono costumbrista grotesco y kitsch nunca se percibe genuino, sino totalmente forzado. Una comedia olvidable que sacará alguna risa y no mucho más. Al menos no es otra tonta y misógina película de Carnevale.