Aquella chica de Sri Lanka
Por suerte todavía se producen documentales musicales que evitan los estereotipos del mainstream y Matangi/ Maya/ M.I.A. (2018) es un claro ejemplo de estas interesantes desviaciones: en vez de la típica concert movie con escenas intercaladas de backstage o del clásico repaso histórico por la carrera de turno con entrevistas a conocidos del músico en cuestión, esta ópera prima de Steve Loveridge es un retrato poliforme y multicolor de la cantante y compositora del título construido a partir de los videodiarios que la misma grabó desde la década del 90 hasta el presente, con la ayuda de diversos familiares, amigos y personas cercanas. Es precisamente el título el que marca el desarrollo del film, empezando con su nacimiento en 1975 en Londres bajo el nombre de Mathangi Arulpragasam y la mudanza familiar al norte de Sri Lanka, continuando con la vuelta al Reino Unido en 1986 y la adopción por parte de la chica del nombre Maya como precaución ya que el padre, Arul Pragasam, comenzó a militar en 1976 en un movimiento armado de resistencia estudiantil vinculado a los Tigres de Liberación del Eelam Tamil, un grupo militar separatista étnico que pretendía edificar un Estado autónomo tamil en Sri Lanka, y finalizando con el ascenso progresivo a un estrellato basado en su amistad con Justine Frischmann, la vocalista de Elastica, y la edición de sus dos obras maestras discográficas, Arular (2005) y Kala (2007).
Mediante saltos en el tiempo vamos recorriendo la progresión artística que atravesó la mujer desde su primera vocación como documentalista y artista plástica hasta la eclosión de su talento musical durante el Siglo XXI, planteo que Loveridge vincula con el origen tamil de la chica vía su linaje, su condición de refugiada y su militancia política, dimensiones que se cuelan en sus letras y sus acciones dentro y fuera del aparato musical occidental: los tamiles, un pueblo que profesa el hinduismo, son la principal minoría de Sri Lanka y en general sufren la discriminación del gobierno central del país, el cual está controlado por las mayorías cingalesas, un enclave étnico que responde al budismo. Desde 1976 hasta 2009 se dio una cruenta Guerra Civil en la nación entre los Tigres de Liberación del Eelam Tamil y las Fuerzas Armadas locales que se caracterizó por repetidas operaciones de limpieza étnica, violaciones masivas y masacres focalizadas de diversa índole por parte del ejército de Sri Lanka. M.I.A., siendo la única tamil que llegó a ser conocida en el contexto hermético del Primer Mundo, alzó la voz desde el inicio de su trayectoria para denunciar este triste panorama y sólo recibió ninguneo, burlas y ataques a manos de los representantes de los mass media de Estados Unidos y el público conservador promedio del mainstream, esos descerebrados condicionados a celebrar la ideología posmoderna de la “no ideología”.
Así las cosas, mientras que por un lado tenemos el generoso éxito de los comienzos por ser la “gran novedad” del momento, hermanada a la inusual mixtura que proponía la intérprete (hip hop + electrónica + rock alternativo + música asiática + avant-garde), a posteriori va asomándose su militancia y esto repercute en su llegada popular y en una censura intra industria bastante evidente, la cual pasa a inventar polémicas alrededor de su persona desde el costado más reaccionario y banal de la sociedad yanqui (tenemos la controversia en torno al videoclip de Born Free, en donde presentaba una matanza de pelirrojos que hacían las veces de los tamiles negados, luego vienen sus declaraciones denunciando el acoso salvaje y los fusilamientos que las Fuerzas Armadas de Sri Lanka realizaban sobre el pueblo tamil, lo que llevó a que fuera acusada por los fascistas anglosajones de fomentar el “terrorismo”, y finalmente está el revuelo que se armó por su “fuck you” a cámara durante un show con Madonna y Nicki Minaj en el Super Bowl del 2012, desencadenando una demencial demanda de 15 millones de dólares de la Liga Nacional de Fútbol Americano). La misma Madonna también cae en la volteada, demostrando que de mayorcita se transformó en otro producto más completamente controlado por el mainstream y encima bastante cobarde, soltándole la mano a M.I.A. en el instante más álgido de las embestidas contra la inglesa.
Loveridge tampoco es cien por ciento condescendiente para con la protagonista porque no esquiva críticas camufladas como la que destapa -primero- el artículo de Lynn Hirschberg para la revista dominical de The New York Times y -segundo- un segmento televisivo paródico de Saturday Night Live, señalando en esencia la contradicción de llevar una vida acomodada de pop star y al mismo tiempo abrazar causas rebeldes/ revolucionarias/ contestatarias, eterna paradoja de gran parte de los artistas en algún punto de sus carreras. Si bien el documental a nivel macro no pone el acento en la música en sí de M.I.A., el director y guionista centra buena parte de la carga emotiva -y su propio interés- en Arular y Kala, intitulados por el padre y la madre de la cantante respectivamente, dando a entender que allí está lo más valioso de su producción: efectivamente los tres discos posteriores, Maya (2010), Matangi (2013) y AIM (2016), sólo ofrecieron chispazos de la genialidad de antaño, un sutil estancamiento creativo que -junto al boicot mediático, desde ya- la llevó a anunciar hace poco que planea retirarse de la industria de la música. En suma, Matangi/ Maya/ M.I.A. es un análisis íntimo y atractivo de una artista muy valiente que optó por confrontar contra las elites en línea con el punk británico de los 70 antes que resignarse a callarse la boca y facturar millones como hacen tantos colegas de su misma categoría…