Con un increíble juego de palabras para titular, la película de Laura Mora, “Matar a Jesús”, parte de una experiencia real: El asesinato del padre de la realizadora y guionista responsable también de “Pablo Escobar, el Patrón del Mal”.
El film enmarca la historia en esa Colombia que la mayoría vemos por TV y otras tantos la padecen. Ese país que sangra violencia en contraste con sus sublimes paisajes es el escenario donde víctima y victimario están frente a frente. Y la cinta y los espectadores deciden qué hacer con la humanidad que nos queda, después de ver morir a la persona querida de la protagonista, y llegar a imaginarse a sí mismos en una situación similar. Porque ver la película indudablemente lleva al público a sentir o a cuestionarse: “y si me pasara a mí…”
La vida de Paula, a la que llaman Lita, una estudiante de fotografía cambia drástica y radicalmente, cuando asesinan a su padre, un popular profesor de Ciencias Políticas, en una universidad de Medellín. Cuando se convence que la policía no quiere o no puede hacer nada para investigar el asesinato de su padre, la obsesión dirige sus pasos en un intento de justicia y busca al sicario; el problema es que lo encuentra.
“Matar a Jesús” se ve todo el tiempo y se escucha en la primera persona de Paula. Es a través de ella, de sus ojos, de sus sentimientos como se ven los espacios propios de los personajes principales. La facultad, la vemos militando por los derechos de los estudiantes, los garitos y los ambientes en los que los jóvenes cuyas vidas no se valoran hacen “aquello que les piden, lo que haya que hacer”, incluso matar a una persona que ni conocen. Esa es la realidad de un sicario.
Si bien el padre de la directora fue asesinado, ella nunca vio al asesino. Una noche soñó con un chico de su edad con el que compartían un cigarro en un mirador, secuencia reproducida en el film, que le confesaba ser el asesino de su papá.
Los actores no eran profesionales pero llevaron sus papeles como si lo hubiesen sido de toda la vida. Solamente así la directora conseguiría que sonara en la pantalla grande el verdadero lenguaje de la calle. El punto en contra es que muchas partes están en dialecto y no se entienden, perdiéndose así parte de la historia y la eficacia y contundencia de un excelente guión. Sin subtítulos el espectador se pierde irremediablemente. La fotografía de la película sostiene la fuerza narrativa de una manera bien activa, hasta tal punto que se compara a la cámara de la protagonista con un arma. El guión en boca de los actores juega diciendo: disparar un arma es como disparar una cámara. Se enfoca bien y se dispara.
En “Matar a Jesús” hay poesía. Aún en la violencia de las calles que se muestra y se narra, pero sobre todo está en la mirada de dos jóvenes perdidos en la maraña de una violencia que los envuelve irremediablemente, fagocitando sus partes de almas buenas.
Ralentizando las imágenes frente a paisajes de horizontes inabarcables, matizándolas con una luz hasta onírica y con sonidos que contrastan con la violencia de los disparos, muestran la puja brutal entre un deseo de venganza y una vida que sobrevive vendiéndose al mejor postor.
El final no es otra cosa que la resolución del dilema en el alma de Paula, concretar ese deseo obsesivo de justicia, que la propia justicia nunca resolvería, o el valor de una vida humana se tratara de quien se tratara en un país donde todos son víctimas o victimarios y viceversa.
Una película altamente recomendable, que únicamente falla en lo defectuoso del audio que le juega en contra al guion.