La nueva película de Jimena Monteoliva (Clementina) que llega a las pantallas de Cine.Ar TV y Cine.Ar Play es un cuento de terror oscuro sobre niñas que desaparecen.
Matar al dragón comienza con una secuencia animada que cuenta la leyenda alrededor de una mujer, una bruja conocida como la Hilandera. Y menciona a niñas que desaparecían del paraíso.
La película inicia, realmente, con el personaje de Justina Bustos, Elena, cuando reaparece en la vida su hermano, un médico interpretado por Guillermo Pfening. Ella se escapa de un lugar oscuro y sucio donde se apoderan de niñas. La propia Elena fue raptada cuando era pequeña y ahora, ante su reaparición, su hermano Facundo no puede evitar preguntarse qué pasó y por qué volvió ahora, intuye que hay algo que ella no está diciendo. “Las chicas que se van no vuelven”, le explica.
En el medio, entre esos dos lugares claramente diferenciados como el cielo y el infierno, está el bosque. “Siempre corres peligro en el bosque, donde no hay gente”, escribió Angela Carter, una escritora que supo explorar de manera oscura los cuentos de hadas en Compañía de lobos. En Matar al dragón hay seres como princesas, piratas y brujas, aunque alejados de las representaciones infantiles. Y además están estos dos mundos opuestos: un lugar es muy iluminado, de tonos claros, limpio, prolijo, ordenado; el otro es oscuro, sucio, vacío.
Elena intenta reincorporarse a una vida que le resulta ajena. Su cuerpo, con manchas y heridas, desentona con la prolijidad de esa casa a cargo de su cuñada, interpretada por Cecilia Cartasegna (que había protagonizado Clementina). Pero, además de su repentina reaparición, trae la posibilidad de un virus que podría amenazar a esa familia perfecta que su hermano armó. La aparición de Tarugo, un atemorizante personaje interpretado por Luis Machín, termina de unir ambos mundos.
Esta historia, que se presenta desde el póster como basada en una pesadilla de su guionista, Diego A. Fleischer, acierta a la hora de crear atmósferas inquietantes y consigue darle dimensión a una historia atractiva y fuerte, aunque algunos personajes necesitarían un mayor desarrollo.
Así como Jimena Monteoliva utilizaba el género fantástico para hablar de violencia de género conyugal en su ópera prima Clementina, acá lo utiliza para hablar sobre el tráfico de niñas. Pero lo hace alejándose de un tono realista, optando por algo más artificial. Hay un esfuerzo notable en la dirección de arte y la capacidad de crear estos mundos que propone.
Monteoliva dirige una película de género que se caracteriza por una lograda producción y, al mismo tiempo, consigue ser llamativa desde su trama y los subtextos que incorpora. Una apuesta ambiciosa y lograda que pone en foco un tema social a través de una historia de fantasía, aunque no termina de explotar la potencialidad de sus personajes, en especial el de la Hilandera.