El infierno y el paraíso
Jimena Monteoliva sigue demostrando que el cine de género no es una cuestión de género. Con una gran maestría para el terror y el suspenso, desde la primera secuencia animada, a la última de acción, construye un universo atemporal, que bien podría leerse como una metáfora de la prostitución y las drogas.
Elena (Justina Bustos) es encontrada en el bosque, no lejos de su casa de la infancia, por su hermano Juan (Guillermo Pfening) tras años de estar desaparecida. Es portadora de un “virus” que afecta la sangre, a pesar de lo cual es trasladada a la casona familiar donde vive con su esposa (Cecilia Cartasegna) y sus dos hijas (Valentina Goldzen y Maitena Dionisi). El peligro, que iremos descubriendo a través de los sueños de la protagonista, se hace cada vez más cercano: Tarugo (Luis Machín) se dedica a secuestrar niñas del pueblo “El Paraíso” para entregárselas a la Hilandera, una bruja en la fábula, que habita en una cueva dentro del bosque. Él es quien había secuestrado a Elena, asesinando a sus padres, y quien ahora viene a reclamar a sus sobrinas, para llevarlas a esa suerte de infierno subterráneo.
Monteoliva compone su film a partir de la oposición de estos dos espacios, el de la casona, luminosa, asociada a los ritmos de lo familiar, lo cotidiano y la inocencia de la infancia. Y el de la cueva de la bruja, oscuro, asociado a las depravaciones. Ambos universos se encuentran linderos al bosque, una naturaleza no explorada que apenas si los mantiene separados. Acaso estos dos espacios, también representen los lugares de la sociedad: el de la clase media acomodada y el de la marginalidad. En cuanto a la trama, la figura de la Hilandera es tan sólo una excusa del género para sostener el relato de terror, pero por lo demás, el secuestro de las niñas para producir una especie de droga codiciada entre los marginales, es una clara metáfora del circuito de trata de mujeres.
Es para celebrar que Matar al dragón (2019) es una película dirigida por una mujer, con una mayoría del equipo técnico y actoral también compuesto por mujeres, y financiado por una serie de entidades que se dedican a propiciar el cine con perspectiva de género, tales como la Asociación la Mujer y el Cine (de más de 30 años de trayectoria) o el apoyo del Femme Revolution Film Festival. Esto reafirma que la mirada de la mujer no sólo se refiere a los temas y al argumento de los films, sino que también es un modo de entender el cine desde la producción.