La energía que explota (o no)
Si nos situamos en el campo de las realizaciones basadas en líneas de juguetes, sin duda Max Steel (2016) le gana a los Transformers del impresentable Michael Bay… aunque no por mucho, lo que en términos prácticos nos deja con otra gesta olvidable sobre otro adolescente en peligro.
Desde hace ya bastante tiempo los principales fabricantes de juguetes a nivel global vienen incursionando en el cine con vistas a tratar de sumarse a la lógica serial que domina en el Hollywood de nuestros días, esa tendencia a trasladar las premisas de la televisión, la publicidad y el merchandising más grasiento a un medio en el que debería primar una suerte de balance entre la condición de “producto” de los films y la integridad artística de los mismos, para así mantener una coherencia enriquecedora/ innovadora. En este sentido, hoy la televisión por cable y los servicios de streaming están ofreciendo propuestas más interesantes para adultos que el cine mainstream, el cual en buena medida vive obsesionado con el sector adolescente y los pelmazos entrados en años que consumen productos cada día más mediocres y perezosos, como por ejemplo los mamotretos de superhéroes y similares.
Mattel, Lego y Hasbro, las empresas transnacionales más grandes del rubro, cuentan con una larga experiencia en el ámbito de los cómics y la animación; recordemos para el caso la serie ochentosa de Masters of the Universe, propiedad de Mattel, cuyo éxito derivó en la simpática película homónima de tono trash de 1987 con Dolph Lundgren. En lo que atañe a los últimos años y al séptimo arte, sólo a Lego la jugada le salió bien gracias a La Gran Aventura Lego (The Lego Movie, 2014), una obra nostálgica que se ubica unos cuantos escalones por encima tanto de la patética saga iniciada por Michael Bay con Transformers (2007), a partir de los juguetes de Hasbro, como de la presente Max Steel (2016), en manos de Mattel. El film que nos ocupa adopta el arco narrativo de la serie animada de 2013 y no la historia de los episodios originales de comienzos de la década pasada, también dejando en el camino a esos nueve largometrajes en CGI que arrastra la franquicia desde el 2004.
Los asalariados de turno, léase el director Stewart Hendler y el guionista Christopher Yost, hacen lo que pueden con el material de base, el cual a su vez nos remite al colorinche y los estatutos bélicos de los Power Rangers (un spin-off norteamericano y bastante berretón de los Super Sentai japoneses). El protagonista es Max McGrath (Ben Winchell), un joven que se muda junto a su madre Molly (Maria Bello) a una pequeña ciudad en la que descubrirá que su cuerpo genera partículas taquiónicas y que la única forma de contenerlas es a través de Steel (Josh Brener), un extraterrestre tecno-orgánico que se alimenta de energía. Por supuesto que en su derrotero Max se topará con un interés romántico, Sofía Martínez (Ana Villafañe), y una figura misteriosa, Miles Edwards (Andy García), quien parece tener la clave del fallecimiento de su padre de años atrás, el científico Jim McGrath (Mike Doyle).
Sinceramente la película es muy derivativa y ni siquiera apunta a un desarrollo general ágil, lo que nos condena a recorrer todos los estereotipos del caso sin ninguna novedad valiosa en el horizonte ni la garantía de por lo menos poder disfrutar de un rato ameno delante de la pantalla. La presencia de Bello y García suma a la propuesta pero no alcanza para hacernos olvidar los chistes simplones de Steel, toda la dialéctica perimida del “elegido” y la poca imaginación visual del realizador a la hora de desplegar la pirotecnia de las secuencias de acción (como tantos otros de sus colegas actuales, Hendler parece más preocupado por elevar el sonido y desparramar CGI símil plástico que por abrir nuevos terrenos o aunque sea perfeccionar los ya existentes dentro de la parafernalia del vértigo y los combates). Max Steel es un opus fallido que evita el desastre pero cae bajo, para colmo desperdiciando el eje de la trama, ese supuesto peligro que corre el protagonista por su tendencia a explotar…