Operación rescate postapocalíptico
El cierre de la -por ahora- trilogía de Maze Runner levanta la cabeza con respecto a aquel segundo eslabón, un producto bastante flojo que no estuvo para nada a la altura de la película original y que nos dio una pista sobre lo que serían los constantes cambios de tono y géneros involucrados de film en film: así como la obra de 2014 funcionaba como una cruza entre la saga de Los Juegos del Hambre (The Hunger Games), Lost y El Señor de las Moscas (Lord of the Flies, 1963), la primera secuela del 2015 sorprendió -en este caso, para mal- con un cocoliche que mezclaba Mad Max (1979), los relatos de zombies y buena parte de la iconografía distópica/ desértica de las epopeyas de ciencia ficción de la década del 70. Ahora nos topamos con una mixtura entre las propuestas de súper acción ochentosas, los opus de rescate de cofrades y finalmente aquellas odiseas orientadas a una fuga de prisión.
Por supuesto que seguimos hablando de una suerte de “clase B con presupuesto” para el público adolescente, no obstante Maze Runner: La Cura Mortal (Maze Runner: The Death Cure, 2018) es un producto amable que resulta grato si uno acepta las reglas del formato y ya conoce de antemano a los personajes principales. La trama retoma el final del capítulo anterior, hoy con Thomas (Dylan O'Brien) obsesionado con liberar a Minho (Ki Hong Lee) de las garras de CRUEL, la aborrecible organización que hace las veces de un grupo político filofascista que pretende hallar pronto una cura para la epidemia con el objetico de garantizar la supervivencia de la oligarquía capitalista de siempre y su estirpe (recordemos que el virus en cuestión, Llamarada, primero ennegrece las venas de los afectados y a posteriori los convierte en animales rabiosos que no pueden controlar su instinto homicida).
Así las cosas, la misión de rescate lleva al protagonista a la última ciudad habitada del planeta, una fortaleza amurallada que en su interior alberga a los burguesitos y los cuarteles generales de CRUEL, relegando al exterior a una masa empobrecida que lucha solitaria contra la enfermedad. Respetando la típica arquitectura dramática postapocalíptica, en el lugar Thomas y los suyos encontrarán a un pequeño ejército de rebeldes que se prestan a tomar la urbe a la menor oportunidad para hacer justicia de una buena vez y dar de baja al cónclave adepto a secuestrar y torturar chicos inmunes a la plaga. Como no podía ser de otra forma, aquí regresa la tríada de malos de antaño: tenemos a Teresa (Kaya Scodelario), la noviecita traicionera de Thomas, Ava Paige (Patricia Clarkson), la médica que llevó adelante los experimentos en el laberinto, y Janson (Aidan Gillen), el clásico milico facho.
Dentro del campo de las franquicias adolescentes, Maze Runner es una anomalía porque conservó al director Wes Ball y el guionista T.S. Nowlin a bordo en todo momento, más o menos manteniendo la estructura narrativa planteada en las novelas originales de James Dashner y dándole una coherencia artística un tanto paradójica si consideramos los cambios ya señalados entre los opus. La saga en general apostó más a la angustia y el sacrificio en verdad doloroso que al pasatismo exuberante y hueco de gran parte del mainstream actual, lo que generó películas que no se andaban con vueltas en cuanto a abrazar los estilos de turno y que no abusaban de los instantes melosos trillados, y esta última entrega no es la excepción: la obra suele ir rápido al meollo de la cuestión y si bien cae en estereotipos tontos para resolver muchas situaciones (frente al peligro, siempre aparece un colega que salva las papas en el último segundo), por lo menos respeta al espectador ofreciendo un recorrido psicológico verosímil para cada uno de los personajes (no hay soluciones fáciles a nivel del desarrollo macro del relato). La experiencia es agradable y jamás aburre porque logra unificar credibilidad dramática, secuencias de acción sutilmente old school, CGIs no invasivos y acotados a las ciudades y los vehículos aéreos, un desempeño correcto por parte del elenco y hasta algún que otro dardo astuto y para nada camuflado contra la horrenda industria farmacéutica y la egolatría de la dirigencia de derecha y sus esbirros armados…