Bahman Ghobadi y el espíritu kurdo
El director habla de su propio pueblo, sin país
Media luna no es una comedia, aunque muchas veces hace reír e incluye alguna dosis de humor negro. El director kurdo iraní Bahman Ghobadi, el mismo de Las tortugas también vuelan , ha buscado aquí otra perspectiva para hablar de la situación de su pueblo, un pueblo sin país, repartido entre Turquía, Irak, Irán y regiones pequeñas de Siria y Armenia. En lugar de hacer hincapié en un problema cuya posible solución ve con bastante pesimismo, ha preferido subrayar el espíritu con que sus compatriotas sobrellevan la situación: la música y el humor que oponen a su desdichado destino. Su film transcurre entre la aventura picaresca y la poesía visual que extrae de los paisajes y de cierto giro hacia el misticismo.
En el primer caso, lo asiste la historia que concibió: es la de un famoso músico kurdo de origen iraní que ha logrado la autorización para volver a tocar en Irak, después de casi cuatro décadas, ahora que lo permite la caída de Saddam Hussein. Así, rearma su orquesta con algunos de sus hijos, para emprender en un ómnibus bastante desvencijado un viaje que los llevará a atravesar fronteras (geográficas o no) y los enfrentará a infinidad de tropiezos, algunos de los cuales pueden sortear gracias al auxilio de la tecnología. Celulares, correos electrónicos y otros beneficios de las notebooks proponen un contraste con el ambiente y con los viejos instrumentos que los músicos portan, que, junto con algún otro delirio, emparientan a Ghobadi más con la desbordada vitalidad de Kusturica que con la austera y transparente poética de Kiarostami y otros cineastas iraníes.
El inconveniente principal que debe superar el animoso y tenaz Mamo es la imposibilidad de llevar consigo a una cantante, ya que en Irán las mujeres tienen prohibido cantar en público. Por este costado de la anécdota se filtrará el ingrediente sobrenatural en la persona de la bella Niwemang (o Media Luna), de voz y, quizá también, de condición angelical.
Lo picaresco no oculta el drama que hay detrás: cuando al cómico organizador de riñas de gallos que consigue el vehículo para emprender la excursión le preguntan por un gallo que ha incorporado al pasaje, contesta: "Es un huérfano: sus padres fueron muertos en el ring; yo debo criarlo para que ya mayor pueda vengarlos".
El buscado colorido de los personajes y alguna tendencia al pintoresquismo tanto en el sector "realista" como en el que apunta a lo sobrenatural no restan mérito al film, que tiene a su favor la fresca desenvoltura de los actores, la seducción de su banda sonora y la singularidad de un paisaje bien explotada.