Medianoche en París, o Woody Allen, el incensante hacedor
Comedia romántica en la que Allen rinde tributo a la Ciudad Luz desde dos aristas: la romántica y postal y la maravillosa germinadora de vanguardias y bohemias
Luego de haber filmado en Europa películas que merecieron diversa suerte con la crítica, Allen regresa para rendir tributo a París desde dos miradas, por un lado la infinita gama de postales y vistas que todos conocemos, hayamos estado allí o no y para viajar en una maravillosa máquina del tiempo que lo lleva a lo mejor de una época poblada de sujetos de su admiración.
Gil, Owen Wilson, llega a París junto a Inez, su novia interpretada por Rachel McAdams, la idea es acompañar a los padres de ella en un viaje de negocios. Gil duda muchísimo sobre su obra literaria y su suegro, un republicano recalcitrante, no contribuye en nada a subir su autoestima. El film comienza con esas fabulosas imágenes de la ciudad que a pesar de su uso y abuso no han perdido la magia. París es la ciudad romántica en el imaginario universal y la película se encaminará hacia una comedia de ese género.
Su novia no toma demasiado en serio la necesidad de Gil de escribir o terminar su trabajo atascado, tampoco se plantea demasiado el funcionamiento de la relación ni la pasión o su ausencia y se muestra como alguien dispuesta a condescender con tal de tener un matrimonio armoniosamente norteamericano.
Pero para Gil, esto es poco o nada. De modo que, a la inversa que en el cuento de la Cenicienta, la calabaza pesada que transporta a Gil durante los días, se convertirá en carroza cuando al largarse, atribulado, a pasear a medianoche por la ciudad, encuentre un viejo Peugeot que lo llevará a un viaje en el tiempo. Un viaje que se repetirá y que es de esos que todos querríamos hacer para encontrarnos con personajes que, latentes en la formación y la poética cinematográfica de Allen, han influido de manera notable no sólo en su formación sino en su modo de hacer y leer el cine.
Instalado en la década del 20’, se encontrará con Cole Porter que ha llenado de música sus films y aquí es más que notas y armonías, con Picasso, con Scott y Zelda Fitzgerarld, con un brillante Salvador Dalí, encarndo por Adrien Brody y con Gertrude Stein a cargo de una notable Kathy Bates, entre otros. El lujo del viaje a esa época bella, la reflexión sobre la escritura y todos los movimientos artísticos de vanguardia de París son indicios para que el espectador, con ciertas competencias, disfrute al máximo no sólo de la representación de esos popes sino además de una mirada, una más posible, que aquí parece ser la que el propio Allen tiene sobre ellos.
De nuevo, la figura del alter ego que todos los seguidores de Allen conocemos aparece en Owen Wilson, con una lograda inflexión hacia a la inseguridad, un alto nivel de conflicto existencial y todo aquello que conocemos del Woody que hacía los papeles hasta hace unos años. Lo cierto es que todos estos personajes, incluida Adriana, una amante que Pablo Picasso supo tener y que elabora muy bien Marion Cotillard, reconfiguran el estar en el mundo de Gil, a quien nadie le cree sus viajes nocturnos al pasado y cuando su novia comienza coquetear con Paul, en la piel de Michael Sheen, un insoportable y soberbio británico que también está en tránsito en París dictando conferencias, el redireccionamiento de su vida será otro porque el cambio ya está en marcha.
Por un lado la bella ciudad de los Campos Elíseos y Versalles y por otro, subterránea y fantasmal, la París profunda e intelectual a la que todos querríamos arribar para presenciar en qué clima de novedad del Siglo XX se gestó la Nouvelle Vague. Estas reflexiones le dan pié al director para dejar atrás el chiste y apelar al sarcasmo e ironía que su mirada posa sobre cierto esteticismo de elite y sobre la grandeza por qué no, de los intelectuales que tanto ha frecuentado. No hay gag, sino un humor construído sutilmente. El contraste entre el día y la noche son notables. El día trae consigo la luz y hace relucir aquello de lo que el protagonista desearía huir para siempre. La noche con sus fantasmas corporeizados es una fiesta de un tempus fugit que se mira con nostalgia pero que acarrea una esperanza final hacia el futuro.
Romántica por el enmarque geográfico y la trama, cínica por cómo Gil evoluciona en sus epifanías nocturnas, Medianoche en París, es otro trozo de arte que Allen nos regala desde hace ya… ¿Pero qué placer sería encontrarse con Man Ray o Buñuel y hacerle una preguntas no?