Trataré sólo tres elementos de Medianoche en París de Woody Allen: dos elementos técnicos narrativos y el tono de la historia.
¿Cómo hace para hacer pasar al protagonista de nuestra época a 1920? Éste es un problema que cualquier escritor de ficción debe resolver en un texto fantástico.
Usa un automóvil antiguo que pasa cuando suenan las doce de la medianoche, por una esquina y lo lleva a Gil al París que desea conocer en vivo y en directo. Alucinación, o sueño, no necesita precisar la clasificación de la experiencia porque es una historia fantástica y Gil cuenta que tomó bastante red wine en una cata de high society pero no como para hacerlo perder la conciencia.
Si digo género fantástico y París, digo Julio Cortázar. Y entonces recuerdo El otro cielo, La noche boca arriba, donde recurre a cambios de espacio y tiempo como en el film que nos ocupa.
La trama celeste de Bioy Casares, o El milagro secreto de Borges, también recurren a artificios donde los personajes se ven llevados a mundos paralelos o a una alteración del tiempo y del espacio. En el cuento mencionado de Borges, el tiempo que Dios le da al protagonista es para concluir la escritura de una obra literaria.
Woody Allen recurre a un diario íntimo encontrado entre antigüedades para ligar un dato entre dos tiempos en el romance entre Gil y su Adriana imposible. El hallazgo de libros o textos es otro motivo literario muy clásico que se encuentra por ejemplo, en el Quijote de Cervantes.
Mi lectura apunta a que Medianoche en París es un film homenaje a los escritores de ficción. Su protagonista logra que el mismísimo Ernest Hemingway opine sobre su novela. No le interesa la opinión de Paul ese pedante contemporáneo que se quedará con su prometida. Es considerable lo que Hemingway dice en el automóvil acerca del amor y de la muerte, aunque luego le dé algunas pinceladas de caricatura.
La fantasía realizada del film es que la primera novela de Gil, de la que dudaba en calidad, ha sido aprobada por su maestro literario.
Así como en Hollywood ending toda la historia concluirá en un witz en el que se ríe de la crítica de cine, en este film parece concentrarse en el particular modo en que Gil se autoriza como novelista.
Gil deja su cómoda vida de guionista de Hollywood para largarse a la bohème parisina que sí le interesa y con la que sueña, y en la que algunos de nuestros mejores escritores como Sábato en su época surrealista, Cortázar y Saer produjeron sus ficciones.
París es ante todo una gran musa literaria y “el lenguaje es él mismo una compañía”, según aclarara Lacan en 1969. Woody Allen vuelve a reírse sin piedad de las imposturas posmodernas, y como analizante que parece seguir siendo, insiste en las huellas de la singularidad que en esta historia ubica también en el gusto por las antigüedades.
Comparar el París de Woody Allen con el París de nuestros escritores argentinos es una licencia literaria, local y convencida.