Mediterranea

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

La pesadilla de la inmigración

Por obra y gracia de esos misterios ridículos de la distribución argentina/ latinoamericana, A Ciambra (2017), el segundo largometraje del director y guionista italoamericano Jonas Carpignano, llegó antes a la cartelera local que su ópera prima, Mediterranea (2015), el film que nos ocupa: ambas películas funcionan de manera complementaria y nos proponen una experiencia muy interesante y descarnada que apunta a retratar las penurias que atraviesan los inmigrantes africanos en Europa de la mano de mafiosos que los ningunean durante el viaje, piratas que les roban sus pertenencias, autoridades estatales que les niegan asilo y los condenan a la ilegalidad permanente, los típicos burgueses explotadores que se aprovechan de la situación para pagarles sueldos de miseria, los palurdos condescendientes que pretenden reconvertirlos símil misión jesuita y finalmente el habitante promedio de cadencia xenófoba y paranoica que ve en cualquier “otro diferente” un potencial enemigo.

Así como A Ciambra se centraba en el personaje de Pio (Pio Amato), un niño gitano que vive en un ghetto empobrecido y decadente de un pueblo de Calabria, y dejaba en segundo plano a Ayiva (Koudous Seihon), un hombre de Burkina Faso que también subsistía como podía en Italia, ahora es momento de invertir la polaridad narrativa con una historia que en esencia nos presenta el angustiante periplo de Ayiva, quien en pos de un futuro mejor en tierras inhóspitas se propone recorrer, junto con su amigo Abas (Alassane Sy), Argelia y Libia hasta llegar al sur de Italia para escapar de todos los problemas de siempre del Tercer Mundo como la hambruna, el desempleo, la corrupción estatal y la miseria extendida luego de años y años de saqueo por parte del gran capital y las oligarquías civiles/ militares autóctonas, esas que se la pasan dando el visto bueno a las directivas del FMI orientadas a consolidar planes de ajuste brutales que empobrecen aún más naciones de por sí arrasadas.

Con la esperanza de conseguir un trabajo digno para así poder enviar algo de dinero para el mantenimiento de su hija Zeina (Naciratou Zanre), una nena que está temporalmente al cuidado de la hermana del protagonista, Aseta (Tofo Sarato Zanre Yabre), Ayiva trata de convencerlas a las dos para que se queden en Burkina Faso, en especial por la dureza del viaje y porque en Italia no hay trabajo para mujeres inmigrantes ilegales, y apenas si logra sobrellevar el día a día con pequeños hurtos en estaciones de trenes y con su labor como recolector en un naranjal. Mientras que de a poco se hace amigo de Pio, todo un especialista en mercadería robada y artículos varios de segunda mano, el hombre irá conociendo el desamparo que sufren los refugiados africanos en Italia; viviendo en asentamientos hiper precarios, perseguidos por la policía y grupitos de vecinos psicópatas/ racistas, explotados a más no poder cual esclavos por los terratenientes y los “emprendedores” de Calabria y padeciendo una constante nostalgia por una tierra a la que quisieran volver pero no pueden porque siempre tienen presentes las desdichas del continente negro, esas que en el fondo cambiaron por nuevos -y casi tan horribles- infortunios en un país que desea expulsarlos.

Carpignano construye una epopeya de supervivencia cruda y muy necesaria que interpela a nuestro presente con herramientas formales de impronta tan documentalista como cercanas al neorrealismo y el cine social inglés, con buena parte de la dialéctica visual y conceptual sustentada en cámaras en mano, primeros planos, actores no profesionales, violencia contenida, diálogos coloquiales y un ascetismo general que está a la altura de este derrotero pesadillesco narrado en primera persona, sin esos patéticos filtros burgueses que nos suelen enchufar a algún personaje idiota de clase media que “descubre” el dolor del expatriado de sopetón, símbolo de la cultura destinada a la exportación y al consumo de trasnochados de conciencia sucia y deseosos de lavar culpas -apatía de por medio- identificándose con la pantalla. Más allá de algunos detalles negativos como un par de escenas de la segunda mitad alargadas innecesariamente y un primer capítulo de la trama, el correspondiente al éxodo en sí, que se cierra demasiado pronto, Mediterranea demuestra que todavía es posible crear obras honestas y valientes, lejos de romantizaciones baratas, que señalan los distintos estratos entre los marginados y todas las injusticias en torno a la inmigración…