Nuevos viejos movimientos
Hollywood casi siempre se las “ingenia” para que dos de los temas más delicados de entre los muchos que se pueden tratar en el séptimo arte, la tercera edad y las enfermedades más funestas, terminen reducidos a esquemas melosos y/ o banales que ahogan la posibilidad de examinar el quid conceptual bien complejo de dichos estados o procesos de la vida. Desde ya que hay excepciones aquí o allá en cuanto a la calidad y la adultez de las propuestas, sin embargo es innegable que las últimas tres décadas del mainstream yanqui fueron un verdadero fiasco en el rubro, en lo referido tanto a la comedia como al drama: la película que nos ocupa, Mejor que nunca (Poms, 2019), se ubica en un terreno intermedio entre la trivialidad y algo un poco más respetuoso y mejor desarrollado que la estupidez estándar del cine masivo norteamericano, a su vez sin descuidar el trasfondo tragicómico del asunto.
El film, dirigido por Zara Hayes y escrito por Shane Atkinson, por lo menos tiene la osadía de combinar ambos tópicos, la vejez y un padecimiento que nos acerca muchísimo al óbito, en un relato dinámico de cadencia socarrona y muy encuadrado en la tradición de la “última aventura” por parte de un conjunto de veteranos que desean despedirse con una sonrisa y haciendo lo que se les antoja sin que importen nada el parecer de los demás y lo que la sociedad pretenda de ellos, léase que se queden sentaditos y bien en silencio esperando la llegada del fin. Hoy por hoy la protagonista excluyente es Martha (Diane Keaton), una profesora jubilada y sin hijos que está muriendo de cáncer de ovarios y decide abandonar su departamento citadino para pasar sus últimos días en una de esas comunidades cerradas de retiro que sólo existen en Estados Unidos, especie de barrio lujoso exclusivo para mayores.
Allí mismo la mujer traba amistad con otra veterana, Sheryl (Jacki Weaver), una señora muy pícara fanática del póker que vive con su nieto Ben (Charlie Tahan). Cuando Sheryl descubre que Martha fue porrista de joven y que no pudo explorar esa faceta de su persona porque su madre enfermó y tuvo que cuidarla, le propone que retome el asunto y así todo deriva en la formación de un club de cheerleaders de la tercera edad que deberá sobrellevar las burlas de las adolescentes de turno, la competencia natural, y los impedimentos que pone la administradora de la comunidad, Vicki (Celia Weston), quien considera al club algo muy vergonzoso. Con el tiempo la jovencita Chloe (Alisha Boe), porrista profesional e interés romántico de Ben, se pasará de bando para transformarse en la coreógrafa del grupo que Martha y Sheryl logran reunir entre las diversas habitantes del enclave del refugio final.
El dúo Hayes/ Atkinson recurre a todos los clichés imaginables del formato (el silencio de Martha sobre su enfermedad, la oposición parca/ alegre que establece con Sheryl, el colorido surtido de delirantes que encuentran en materia de “cómplices”, una desastrosa primera presentación pública y una revancha posterior con el sabor del éxito, etc.), pero por lo menos no abusa del humor estudiantil para infradotados que suele dominar en opus semejantes del mainstream contemporáneo (los chistes, el desarrollo, algunos semi sketchs y los latiguillos retóricos están relativamente bien nivelados con la debacle oncológica que se asoma en el horizonte). Sin duda lo mejor de la película es la química entre las geniales Keaton y Weaver, dos actrices maravillosas que exudan naturalidad, amén de las agradables participaciones de la querida Pam Grier y un Bruce McGill que está perfecto como la autoridad seudo policial dentro de la comunidad de turno. Como hicieron una infinidad de convites en el pasado, el film enfatiza aquello de que siempre se pueden aprender nuevos movimientos a pesar de la edad y los pesares físicos y psicológicos acumulados, logrando en el trajín algunas sonrisas aisladas que por suerte nos dejan bien lejos con respecto a la multiplicidad de mamarrachos que suelen pulular en el campo de las comedias dramáticas de veteranos en plan de fiesta sin fin para compensar los desengaños o el tiempo perdido…