Volvió el autor
Lars von Trier siempre me pareció, lisa y llanamente, un estúpido. Su cine todo el tiempo intentaba shockear de forma gratuita, y el testarudo intento de sopesar un dogma por encima de la libertad del arte a merced de los beneficios que le ofrecen los avances tecnológicos del rubro hoy por hoy, lo hacían, además, un realizador limitado. Asumiendo que muchos odiarán este breve pasaje anterior, y otros tanto acordarán, entonces sí podremos resolver que, al menos, von Trier es un tipo polémico (en serio, estamos hablando de cine, no de las idioteces nazis que dice para vender sus películas en festivales), jugado y debatido. Lo que se dice, un autor con todas las de ley.
Melancholia (2011) llega al mundo como su obra más redonda. Si Dancer in the Dark (2000) era la más poética de todas, AntiChrist (2009) la más abominable de las intenciones de dar un mensaje torpe, Dogville (2003) la más correcta, e Idioterne (1998) su única obra astuta y memorable, este nuevo opus que mezcla drama familiar y ciencia ficción (combinación que sólo el director danés puede barajar) lo tiene todo para hacer su primer gran paso a la seriedad.
Ojo, puede que esto último no esté entre las intenciones como artista de von Trier, pero al menos es lo que se busca de un tipo que hasta ahora sólo daba mucha lástima intentando ser diferente, con un cine ambiguo, sí, potente visualmente, también, pero siempre torpe y desnudo.
Ahora contó con un despliegue técnico alucinante (un trabajo acabadísimo de fotografía, sonido y edición en una combinación perfecta de los tres que ayuda al todo narrativo con la precisión necesaria) y las actuaciones asombrosa de Kristen Dunst y Charlotte Gainsbourg, en una guerra actoral en pantalla que sólo se ve equilibrada por el eje que forman con la adición del carácter del personaje interpretado por Kiefer Sutherland. Juntos, los tres desarrollan una vida familiar que no precisa de matices narrativos básicos para explicar lo sucedido en el pasado para justificar lo que acontece en pantalla. Son creíbles en una historia completamente increíble, imposible de llevarse a cabo. Eso que llaman ficción, pero que en el universo von Trier no es más que un catalizador, una excusa.
Aquí tenemos además una nueva muestra de la obsesión que tiene el realizador danés con el extremo orden, con una estructuración de la historia en partes (con la presentación en clave de prólogo como la maravilla máxima del filme) y una búsqueda constante de equilibrio visual basado en una cámara en mano ya habitual en su modo de mostrar la acción, y una extraña quietud en los elementos que componen el encuadre. Ambos factores terminan por desarrollar un ritmo de la historia que realmente resulta increíble creer que provenga de von Trier, quien hasta esta película parecía intentar que el público odie lo que él hacía.
Nuevamente está la imagen de la mujer en la cima de todo, como siempre en su filmografía. Su madre y las demás feminas de su vida no dejan de impregnar su esencia en cada guión que escribe (y vaya que este es bueno) y eso en esta ocasión se disfruta por demás.
La naturaleza, el caos, la psicología aplicada a las rupturas familiares, los cuerpos, el sexo, la niñez rota... en fin, todo lo que hace al cine de von Trier, resumido en una gran historia, muy bien contada y filmada. Como si no fuera von Trier.