Por la envergadura del proyecto, por la inusual suma que se invirtió en su realización, por el número de artistas y técnicos, y el prolongado tiempo que demandó su realización, pero quizá más que nada porque se trataba del nuevo emprendimiento de Juan José Campanella, el director argentino de mayor proyección internacional, y además, de su primera experiencia en la animación, era natural que Metegol generara tantas expectativas: era probablemente el estreno más esperado del año.
Pues bien; al fin se produjo y en una cantidad de salas acorde con todos esos antecedentes. Lo primero que hay que decir es, entonces, que el producto, más allá de los reparos que puedan hacérsele, justifica tantas expectativas. En primer lugar porque con su impecable realización disuelve cualquier prejuicio que pudiera tenerse respecto del nivel alcanzado en lo técnico por una producción local (en realidad, hispanoargentina) en un terreno, el de la animación, que en los últimos años, con Pixar como ejemplo más destacado, ha mostrado espectaculares progresos en el plano de la elaboración formal y en el de la creatividad.
Sin llegar al depurado detallismo de la emblemática compañía donde nació Toy Story y de algunas otras, Metegol saldría bien parada en la comparación con las producciones norteamericanas que sobresalen en el mercado. En cuanto al contenido, tampoco caben decepciones: se trata de un film que lleva la marca de Campanella: en el salto de la ficción representada por actores a la animación, el realizador de El secreto de sus ojos y Luna de Avellaneda , no ha abandonado ni sus temáticas ni sus intereses habituales, ni la nostalgia que siempre asoma en sus relatos ni sus apelaciones emotivas o su tendencia a lo sentencioso. La mención de Luna de Avellaneda no es caprichosa: el parentesco entre aquella película de 2004 y Metegol es visible. Porque tras la divertida introducción a la manera de 2001: odisea del espacio , donde nuestros remotos antepasados inventan el fútbol mientras pelotean con un cráneo, la historia va a centrarse en el conflicto que se produce cuando el pequeño pueblo en el que transcurre la acción y donde vive el protagonista, el adolescente empleado del bar e imbatible campeón de metegol, corre peligro de desaparecer ante la embestida de un "progreso" que sólo atiende al negocio y pretende convertirlo en un parque temático. En realidad, todo es producto de un ajuste de cuentas: de ese mismo pueblo salió el desalmado, inescrupuloso y engreído Grosso, que se ha convertido en la estrella número uno del fútbol internacional y viene en busca de revancha de la única derrota que sufrió en su carrera: la muy humillante que Amadeo le infligió de chico jugando al metegol.
El nuevo David tendrá que enfrentarse a este Goliat todopoderoso, prepotente y destructor de todo vestigio del pasado, y en una cancha de verdad, pero no lo hará solo: los muñecos del metegol cobrarán vida y vendrán en su ayuda. Todos juntos deberán defender al pueblo, su identidad, su tradición, sus valores, su propia dignidad. Y Amadeo podrá mostrar que ha madurado ante Laura, la adolescente de la que ha estado enamorado desde chico. Los temas de Campanella, como se ve, se filtran a lo largo del cuentito que siempre en el tono de comedia mezcla acción, aventuras, humor, apuntes irónicos sobre el mundo del fútbol y guiños cinéfilos como el del comienzo.
Más allá de algún altibajo (el partido del final se hace largo, la escena de cierre no alcanza la intensidad emotiva buscada) y alguna situación no muy bien explicada (la participación de los jugadores de plomo en el match decisivo), todo transcurre fluidamente, a buen ritmo y resulta entretenido.
En el diseño de los personajes y en su reconocible argentinidad, notoria en los diálogos y en los gestos de los muñecos, residen muchos de los atractivos principales de la película. El líder del equipo de los de plomo, el seguro Capi (Pablo Rago), el creído Beto (Fabián Gianola) siempre atento a sus rulos, y el muy cool Loco (Horacio Fontova), con su paz invariable y una reflexión filosófica en la punta de la lengua, son tres de los más divertidos. Las bromas sobre el fútbol nuestro de cada día, certeras y graciosas. Y los aportes de todo el elenco, empezando por Diego Ramos (Grosso), David Masajnik (Amadeo) y Lucía Maciel (Laurita), decisivos.