Gracias Clinton, por dejarnos hacer una familia
Cuando me enteré que saldría una película con una temática tan jugada, me ilusioné mucho. Sobre todo porque se trataba de un guión original. El quiebre que podría sufrir una familia, conformada por dos madres lesbianas, cuando sus hijos adoptivos decidieran conocer al donante de esperma, no podía fallar. No obstante, la primera descepción llegó cuando supe que se lo vería con una perspectiva cómica. ¿Qué podía salir de eso? Y sí, a veces Hollywood amaga con innovar, pero nunca se sale de los cánones y a sus miembros no les da el cerebro para hacer historias jugadas.
The kids are all right (2010) no es, para nada, la excepción a la regla. Lo que podía ser tranquilamente una trama rica en contenido sociopolítico, no es más que un horrendo disfraz con el que se viste una historia más sobre la familia en tanto institución, que se rompe cuando un factor externo irrumpe en su modus operandi. Tratamiento súper burgués, que no se salva ni con las exquisitas actuaciones de Julianne Moore, Annete Bening y Mark Ruffalo.
En realidad, todo el reparto es una maravilla. Lo hace muy bien y con mucho realismo. Pero eso no es suficiente. El guión de Cholodenko y Blumberg es embustero, está lleno de arquetipos familiares -que van desde la idiosincrasia propia de su micro universo hasta el protocolo y ceremonial a la hora de la comida- y golpes de efecto manipuladores. El revés ultra obvio que da la trama hacia la mitad de la historia no sólo la convierte en una pésima y engañosa historia, sino que además la reestructura hasta convertirla en una telenovela (lésbica, por supuesto) filmada. Para colmo, propagandística, porque se da por sentado que, como trasfondo, el liberal e igualitario estado norteamericano apoya y hace posible la vida hermosa que lleva esta familia de clase media-alta, que nunca expresa condiciones obstaculizadas en el trabajo. Todo es bello en este film. Sólo es arruinado por ese villano que quiere romper los cánones familiares. God bless America.
Los rasgos positivos, si es que los hay antre tanto conservadurismo burgués, son claramente las interpretaciones juveniles, que se complementan a la perfeccion con los adultos. Después, ciertos gags funcionan como elementos aislados, pero Woody Allen los usaría mejor en una de sus películas romanticonas de ahora, sin necesidad de engañar al público con todo ese verso de las lesbianas y su familia perfecta.
De haberse tratado con más respeto y soltura, sería una cinta magnífica. Pero, al contrario, es una más de las tantas teatralizaciones baratas de Hollywood, que por muy independiente que se quiera hacer, no deja de ser una American Beauty homofóbica.