La fiesta inolvidable
Una comedia coral y desquiciada que recupera la fuerza y la incorrección política del director de El día de la Bestia, Muertos de risa y La comunidad.
A Alex de la Iglesia se la dan bien los géneros, a los que se acerca conociéndolos y queriéndolos, pero no respetándolos demasiado. Al menos no en el sentido clásico. Sus películas pueden ser de ciencia ficción (Acción mutante), de terror (El día de la bestia) o westerns (800 balas), pero los cruces y referencias son constantes, y siempre se encuentran atravesadas por la comedia. Claro que dejamos fuera de ese conjunto a su obra más fallida, filmada en inglés, Los crímenes de Oxford, en la que, además, tampoco había lugar para el humor.
En este sentido, Mi gran noche es una de sus películas más prístinamente jugadas a la comedia, aun cuando esta sea oscura, negrísima. Eso es lo que pasaba también con Crimen ferpecto y Muertos de risa, sus dos producciones anteriores con las que más directamente dialoga la película presentada en estreno mundial.
Es octubre pero en la televisión ya se está grabando el especial de Nochebuena. En ese mundo de cartón pintado los excesos son moneda corriente para sobrevivir a esa irrealidad en la que están literalmente atrapados y aislados los personajes: afuera del estudio una violenta manifestación protesta por los despidos y desaguisados del medio en cuestión.
Diálogos filosos, punzantes; hermosos musicales que disimulan con lentejuelas su tufillo rancio y la pica entre el cantante pop del momento (bien, entre bobo y calenturiento, Mario Casas) y el divo de todos los tiempos Alphonso (a ponerse de pie: ¡Raphael!). También robo de semen, dos productoras lesbianas que manejan la filmación desde un camión volcado por la turba, los conductores del programa -marido y mujer- que son capaces de hacerse cualquier cosa por la competencia y mucho más.
El esperpento español y la incorrección política, por supuesto, están a la orden del día. En un conjunto que esta vez funciona a la perfección, quizás la presencia de Raphael (tan inteligente como autoconciente, capaz desde siempre de disfrutar riéndose de sí mismo) sea el punto más alto de esta brillante comedia.