La confianza es un bien escaso.
Ya a esta altura del partido no conviene seguir especulando acerca de qué sería de la industria del entretenimiento si los reality shows no hubiesen hegemonizado la pantalla chica como lo vienen haciendo desde hace tres décadas. Los verdaderos “secretos” de la longevidad de esta receta televisiva los tenemos que buscar en su permeabilidad formal, sus bajos costos de producción y ese clásico convite anímico que suele construir una empatía extasiada, acorde al “sentido común” del espectador promedio. Con certámenes o sin ellos, desde el jet set o los suburbios; lo único realmente importante es que la distancia de antaño para con los protagonistas sea reemplazada por una invasión categórica a la esfera privada.
De hecho, una de las principales características del género es su capacidad para expandirse o contraerse según los requisitos del momento, siempre en función del personaje que se considere rentable ensalzar. Simon Cowell, una de las figuras ineludibles a nivel mundial detrás de la vertiente musical de los realities, encontró al tenor británico Paul Potts en 2007, durante la primera temporada de Britain’s Got Talent, un exitoso programa que vino a “complementar” las franquicias de Pop Idol/ American Idol y The X Factor. Mientras que estos últimos respetaban el formato tradicional de los productos de Cowell, Britain’s Got Talent abría el terreno hacia un “polirubro” en el que cualquier amateur podía participar.
El eslabón más reciente de esta cadena comercial es la película biográfica de Potts, hoy interpretado por un excelente James Corden que sabe transmitir toda la inmediatez emocional necesaria para que la propuesta resulte llevadera. En esencia estamos ante un combo entre una comedia de “superación personal” y un drama centrado en el “camino del héroe”, aunque por suerte volcado más hacia la primera opción y con una fuerte dosis de cinismo implícito, que por cierto no solemos hallar en obras similares norteamericanas. El “toque inglés” está dado precisamente por los detalles naturalistas que hacen avanzar a la trama, en especial una extensa serie de calamidades y la falta de confianza del protagonista.
Aquí recorremos varios estereotipos sobre los “diamantes en bruto” que claman a gritos ser descubiertos, no obstante la vitalidad narrativa del proyecto y la gran labor del elenco hacen que nunca lleguen a molestar: los compañeros de colegio de Potts lo maltratan por su pasión por la ópera, ya adulto comienza a trabajar en un local de venta de celulares, viaja a Venecia para una “master class” que termina siendo un fracaso, se casa con la simpática Julz (Alexandra Roach) y debe sobrellevar distintos problemas de salud. El director David Frankel mantiene un tono ameno que relativiza los preceptos actuales del espectáculo y la cultura masiva, bajándolos en buena medida a la realidad volátil que padecemos a diario…