Los casamientos —y hasta los eventos y personajes que giran alrededor de dicho ritual— supieron nutrir al cine desde siempre. Muchos de los mejores y más famosos exponentes son en clave de comedia y provienen de Hollywood, pero Argentina también contribuyó con el subgénero. La trilogía Divorcio en Montevideo, Casamiento en Buenos Aires y Luna de Miel en Río, con Niní Marshall y Enrique Serrano, y ¡Qué Noche de Casamiento! (las dos versiones cinematográficas, basadas en la obra teatral de Ivo Pelay) son algunos ejemplos. Hasta El Hijo de la Novia podría ser incluida.
Este año llega LA película argentina sobre el tema: Mi Primera Boda.
Adrián (Daniel Hendler) y Leonora (Natalia Oreiro) están a minutos de casarse en una quinta bien alejada de la civilización. Familiares, amigos, todos están allí para presenciar la ceremonia. Pero faltando menos para dar el “Sí”, Adrián pierde un elemento crucial. Lejos de contarle a los demás lo sucedido, hará lo imposible por retrasar la boda con tal de recuperar lo que extravió. En el camino, fortalecerá lazos y enfrentará enemigos inesperados.
Luego de su debut en 2006, con la estupenda Cara de Queso-Mi Primer Ghetto (cuyo argumento está incluido en un chiste de MPB), Ariel Winograd regresa al largometraje con una comedia basada en una cadena de errores, enredos y conflictos que parecen empeorar a medida que pasan los minutos. Y una vez más queda patente su sentido cinematográfico y su habilidad para la comedia y el drama (que no hay casi, pero lo hay). En vez de tomarse como modelo a las películas cómicas argentinas que suelen filmarse en el ámbito industrial, aquí hay saludables influencias de películas estadounidenses; se nota en cómo está estructurado el guión, en el ritmo, en los encuadres, en determinadas situaciones. No obstante, sigue siendo una historia universal, ya que podría pasar en cualquier parte del mundo.
Además de entretenida y desopilante, MPB también funciona como una sátira de los casamientos (sobre todo los modernos y de clase media, que se realizan al aire libre, por lo general) y al grupo heterogéneo de invitados: la esposa castradora, el marido sumiso, los amigos de los novios queriendo engancharse con alguien, los ex de los novios... Lo mismo se aplica a la religión: como Adrián es judío y Leonora, católica, eligieron para casarlos a un cura (Marcos Mundstock) y un rabino (Daniel Rabinovich), quienes, con sus conversaciones, son responsables de las escenas más antológicas de la película.
Y ya que hablamos del elenco, no tiene desperdicio, ya que el director se las ingenia para que cada actor pueda lucirse, aunque sea unos segundos.
Daniel Hendler está perfecto en el papel de Adrián, un hombre que aún no está seguro de tomar la gran decisión de su vida, pero que es capaz de todo por amor (incluyendo dejar sin agua corriente a una residencia y andar a caballo para desviar el rumbo de los sacerdotes). Al actor uruguayo le bastan con un par de gestos para comprar al espectador y provocar risas. Su compatriota Natalia Oreiro lo tiene todo: preciosa, carismática, fresca, buena actriz; sabe hacer reír y llorar. Nació para interpretar a Leonora, una chica perfeccionista y algo mandona, pero no por eso menos romántica. Imanol Arias es Miguel Ángel, profesor de filosofía, antiguo novio de Leonora y, sobre todo, un ser arrogante y despreciable que pretende seguir cerca de la novia... y que podrá influir decisiva y peligrosamente en el casamiento. Martín Piroyansky se roba sus escenas como Fede, el primo de Adrián y su principal aliado durante el film; un personaje tierno y gracioso. Pepe Soriano vuelve a dar cátedra de comedia interpretando al abuelo del novio, un señor mayor recién separado y con ganas de fumar cosas raras. Gabriela Acher y Gino Renni están bien haciendo de los padres del novio, y Soledad Silveira, pese a tener una actuación que bordea el grotesco, también se destaca. Los amigos de Adrián están encarnados por Alan Sabbagh, Clemente Cancela y Sebastián De Caro; aunque están muy bien y forman parte de una de las secuencias más graciosas, dan ganas de verlos más tiempo en pantalla e interactuando más seguido con el novio. Como sí pasa con Muriel Santa Ana en el rol de Inés, la enamoradiza mejor amiga de Leonora.
Mi Primera Boda —que arranca con una de las mejores secuencias de créditos iniciales del cine argentino, a cargo del dibujante Liniers— es una nueva prueba de que el cine argentino industrial está pasando por un momento más que interesante. Se apuesta al cine de género, a cineastas jóvenes, a actores nuevos (muchos de ellos, provenientes del cine independiente). Los films son masivos, pero también de calidad. Y hay mucha aceptación por parte del público y de la crítica. Es la prueba de que muchas de las mejores películas nacen cuando lo comercial y lo artístico llegan al altar y dicen “Sí, acepto”.