Un poco de justicia equina…
Prácticamente desde que el cine es cine existen películas que se sostienen mucho más por la calidad del trabajo del elenco que por la destreza del equipo detrás de cámara (el realizador a la cabeza). Con el transcurso de las décadas y la imposición del star system a escala planetaria, cada vez se hizo más y más evidente la necesidad de una figura que aglutinara al público en función de estrategias de venta vinculantes y un carisma acorde. Para no descontextualizar la aseveración con ejemplos lejanos en el tiempo, hoy podemos nombrar a Christian Bale, Leonardo DiCaprio, Brad Pitt y al más humilde Tom Hardy en lo que hace al mainstream, todos señores que -desde sus diferencias en taquilla- descuellan en lo suyo.
Si sopesamos al resto del mundo el panorama comienza a complicarse porque deberíamos considerar los mercados locales o por el contrario, pensar en intérpretes internacionales que salten de país en país según las oportunidades del momento. En este último caso definitivamente sobresalen Michael Fassbender, Javier Bardem y el extraordinario Mads Mikkelsen, quien en buena medida constituye el único foco de atención de la presente Michael Kohlhaas (2013), una obra un tanto inestable que reposa en la ductilidad todo terreno del actor. De hecho, la presencia -entre vehemente y austera- del danés balancea la ineficacia narrativa del director Arnaud des Pallières, a veces llegando a corregirla de lleno.
La historia está basada en la novela homónima de Heinrich von Kleist y se centra en el personaje del título, un traficante de caballos que en el siglo XVI es víctima de un atropello y eventualmente termina iniciando una revolución que se mezcla con el halo de la justicia por mano propia. Todo comienza con una extorsión por parte de un barón déspota, léase la entrega temporal de dos corceles como peaje, en una época en la que se habían abolido los tributos de esa índole: cuando el protagonista descubre que el barón y sus adeptos gustan de maltratar a los animales y a su cuidador, un sirviente del propio Kohlhaas, los reclamos judiciales derivan en el asesinato de su esposa y la formación de un ejército de mercenarios.
A pesar de que el esquema de base prometía un film de energía avasallante, el resultado final se acerca más a la contemplación y el minimalismo que a la contundencia, con importantes baches a lo largo del desarrollo que diluyen el dinamismo del relato. Por suerte el Kohlhaas de Mikkelsen es tan contradictorio como fascinante, consiguiendo la proeza de que no decaiga el interés gracias a una ambivalencia que incesantemente pone en primer plano su dualismo (el padre de familia afectuoso y el luchador feroz en pos de castigar los abusos del período, homologados a la inacción gubernamental). La esplendorosa fotografía de Jeanne Lapoirie es el otro gran soporte de una epopeya despareja aunque interesante…