Entre el pincel y el mármol
Los llamados “art tour films” son toda una institución desde hace décadas en las tiendas de regalos/ gift shops/ bazares de souvenirs de la enorme mayoría de los museos de todo el mundo y especialmente de los de Europa, siempre invitando a los visitantes -sobre todo a los de mayor poder adquisitivo, considerando los valores prohibitivos promedio de las entradas de por sí- a adentrarse en la parafernalia capitalista de los recuerdos comprando libros recopilatorios, reproducciones varias, chucherías o las mismas películas a las que nos referimos. En términos formales los art tour films constituyen un género particular ya que suelen combinar las descripciones detalladas de los documentales expositivos con una tanda variable de ficción -a veces preponderante, en otras ocasiones con un rol sin duda secundario- orientada a la reconstrucción histórica de algún episodio singular o planteo ilustrativo relacionado con el artista, la temática o la etapa que se haya elegido explorar.
Casi ninguno de estos productos híbridos logran llegar a la cartelera tradicional de ninguna parte del planeta, no obstante hoy nos topamos con el estreno comercial de un prototípico exponente del rubro, Michelangelo Infinito (2018), anomalía que se puede celebrar o ningunear según la aceptación por parte del espectador de los engranajes de un género muy volcado a un fin determinado, léase el conocimiento estético o la apreciación al detalle de obras de arte (resulta hasta hilarante que en este objetivo unidimensional los art tour films puedan ser emparentados a los manuales visuales de manualidades o al mismo cine porno, todos enclaves en los que el “enriquecimiento sensorial concreto” suplanta las clásicas ambigüedades de la ficción o los documentales). Como su título lo indica, esta propuesta de Emanuele Imbucci repasa la producción artística de Michelangelo Buonarroti alias Miguel Ángel (1475-1564), quizás el más grande artista de la atribulada historia de la humanidad.
La faena combina un estudio visual minucioso en torno a las creaciones más importantes del florentino con -por un lado- monólogos teatrales a cargo de un Enrico Lo Verso que cumple con sutil dignidad en la piel de Michelangelo y -por otro lado- apreciaciones rimbombantes con pretensiones líricas/ alegóricas acerca de la obra del escultor, pintor y arquitecto en boca de un actor, Ivano Marescotti, que interpreta a Giorgio Vasari, uno de los primeros historiadores del arte y autor de Las Vidas de los más Excelentes Arquitectos, Pintores y Escultores Italianos (Le Vite de’ più Eccellenti Pittori, Scultori e Architettori, 1550), libro en el que recopiló una serie de biografías de artistas italianos de gran renombre del Siglo XVI y eje central para comprender el Renacimiento y/ o la transición entre la Edad Media y los inicios de la Edad Moderna. Haciendo foco en la escultura y la pintura, las dos ramas fundamentales de Miguel Ángel, el metraje nos pasea por muchas obras que incluyen trabajos inconmensurables como Baco (1497), la Piedad (1498-1499), el David (1501-1504), el Moisés de la Tumba del Papa Julio II (1513-1515), la Piedad Rondanini (1552-1565), la Sagrada Familia o Tondo Doni (1503-1506), y -por supuesto- los frescos de la Capilla Sixtina, desde las primeras fases hasta el mural El Juicio Final (1537-1541).
Sinceramente lo más disfrutable de Michelangelo Infinito es la excelente fotografía de Maurizio Calvesi, recorriendo con cariño y paciencia los contornos monumentales del vitalismo de fondo de las obras, ya que el guión de Tommaso Strinati, Sara Mosetti y el propio director nunca va más allá de los lugares comunes en esos recitados de Lo Verso y Marescotti, cayendo en instantes de pomposidad innecesaria y en algunas redundancias que cualquiera que esté mínimamente empapado en la producción del florentino ya conoce de sobra (además, se podría decir que dichos soliloquios y/ o relatos en off están “inspirados” en el libro de Vasari porque sólo lo citan en parte de manera literal). Por supuesto que tratándose de Miguel Ángel se entiende esa exageración discursiva aunque hubiese sido más interesante una perspectiva menos inclinada hacia lo poético (para ello ya están las mismas obras, que hablan por sí solas) y volcada a lo didáctico clásico, más tratándose de una película realizada bajo el amparo de los Museos Vaticanos (la sobreabundancia en el metraje de la pata ficcional a veces no deja apreciar a las esculturas y pinturas en toda su belleza inherente). Aún así el opus de Imbucci es una experiencia gratificante que permite un acercamiento invaluable al mundo del pincel y el mármol del querido artista italiano…