Retrato de una militante convencida
La vida de Mika Etchebéhère -o Micaela Feldman de Etchebéhère, como se prefiera- estaba destinada a llegar al cine, no sólo por la dimensión de su figura como combatiente consagrada a una causa revolucionaria por la que luchó gran parte de su vida, sino también por la inusual trayectoria que desarrolló en cumplimiento de ese compromiso, que había asumido cuando apenas había superado la adolescencia, y por el papel que desempeñó cuando le tocó tomar parte en la Guerra Civil Española, capítulo decisivo en su vida que supo resumir en un libro bellamente escrito y titulado como este documental que le dedican dos de los sobrinos nietos del que fue su compañero en la militancia, en la acción guerrera y en la vida: Hipólito Etchebéhère.
Nacida en Moisés Ville, Santa Fe, la primera colonia agrícola judía independiente de la Argentina, Micaela estudió odontología en Buenos Aires y desde esos años militó en grupos políticos anarquistas, socialistas y comunistas. Fue allí donde se vinculó con Hipólito, estudiante de ingeniería perteneciente a una familia francesa. Militantes marxistas ambos y convencidos de que se debían a la causa de la revolución, juntos se unieron al Partido Comunista. Por poco tiempo, ya que fueron expulsados por sus desacuerdos con la política estalinista y sus simpatías con la figura de Trotski. Juntos anduvieron, primero, por la Patagonia, reuniendo dinero para viajar allí donde las circunstancias lo aconsejaran. En 1931, fue Berlín, donde veían las condiciones ideales para el esperado estallido revolucionario. El ascenso de Hitler los llevó a Francia, donde se vincularon con grupos trotskistas, y más tarde, tras el triunfo del Frente Popular, a Madrid, pocos días antes del inicio de la contienda, con una columna de milicianos del Partido Obrero de Unificación Marxista, el POUM, con el que se sentían bastante identificados. Mientras tanto, en Hippo seguía avanzando su antigua tuberculosis, pero no cedió a la enfermedad: cayó por un proyectil de ametralladora en la toma de Atienza, el primer combate del que participaban, en agosto del 36. Ahí fue donde la joven viuda aceptó ocupar su lugar, pero con la condición de continuar el combate. Los hombres que lucharían a sus órdenes mostrarían una disciplina, una resistencia y un valor reconocidos por los soldados profesionales de grandes ejércitos. La capitana se había ganado el rango con justicia: "Los protejo y me protegen -escribiría ella en su libro-. Son mis hijos y al mismo tiempo son mi padre. Les preocupa lo poco que como y lo poco que duermo y, a la vez, encuentran milagroso que resista tanto o más que ellos los rigores de la guerra".
El libro es la inmejorable guía que sigue el valioso documental de Pochat y Olivera. Pero no son sólo los bellos textos de Mika dichos por Cristina Banegas los que dan conexión y coherencia al relato. La cámara acompaña a Arnold, sobrino de los Etchebéhère, en su recorrido por los lugares donde se desarrolló la trayectoria de la pareja, y esas imágenes de hoy se enlazan con el material extraído de documentales y con tramos de dos largas entrevistas (una en español, la otra en francés) en las que quien evoca episodios y sentimientos es la propia Mika.
Resulta atrapante el retrato de esta militante convencida cuyo compromiso no disminuyó con el tiempo (no faltó a los episodios de mayo del 68 en París, donde vivió después de la Segunda Guerra y donde falleció, en 1992). Al cumplirse veinte años de su deceso, la escritora argentina Elsa Osorio dio a conocer el libro que le dedicó: La capitana.