Trivialidad e indiscreción.
¿Cuántas veces nos hemos encontrado con realizaciones -de la más variada naturaleza- que pretenden complejizar determinados tópicos mediante los atajos que brindan la tragedia explícita o su contraparte, esa abstracción que gusta de fetichizar a la distancia emocional, cayendo en ambos casos y a fin de cuentas en la redundancia retórica? A pesar de que el acto de “jugarse” en un cien por ciento por una de las dos alternativas, o en ocasiones por una zona gris compatible con la hibridación, es sinónimo de valentía formal y hasta puede resultar en un opus por demás satisfactorio, lamentablemente la experiencia nos comunica que todo debe darse en su justa medida y que conviene incluir ítems foráneos en la mixtura.
Así las cosas, en el contexto actual las verdaderas anomalías se reducen a aquellas obras que por un lado escapan a los comodines y/ o simplificaciones que suelen pulular dentro del género de turno, y por el otro consiguen trazarse a sí mismas caminos más o menos independientes aunque no necesariamente originales. De hecho, esto es lo que ocurre con Mis Días Felices (Les Beaux Jours, 2013), una rareza proveniente de Francia que se centra en una relación extramatrimonial entre una mujer mayor y un treintañero, obviando de manera concienzuda los vericuetos del “amour fou”, los histeriqueos habituales de los implicados y toda esa liturgia del drama candoroso que se avecina a la vuelta de la esquina.
En esta coyuntura lo que prima a nivel narrativo es un retrato adulto de un affaire vinculado tanto a la pasión lisa y llana como a un bienvenido hedonismo, sin demasiados infortunios que llorar ni un entorno social/ familiar/ laboral que asfixie de plano o censure a los protagonistas. La esplendorosa Fanny Ardant compone a Caroline, una odontóloga retirada que recibe de parte de sus dos hijas un vale de regalo para probar suerte en los cursos que ofrece un club de jubilados. Con la muerte reciente de su mejor amiga a cuestas y mucho tiempo libre que llenar, inicia un romance con su profesor de computación: aquí no es importante si su marido la descubre o no, sino el placer disruptivo detrás de la indiscreción.
Más que crisis de la tercera edad o el síndrome del nido vacío, dos leitmotivs quemados de este tipo de propuestas, estamos ante un caso de aburrimiento mundano que deriva en la necesidad de balancear lo previsible con una buena dosis de novedad, una urgencia de la que hasta este momento no se tenía conocimiento. La directora y guionista Marion Vernoux entrega un desarrollo encantador que se apoya en el naturalismo y en las excelentes actuaciones de Ardant y Laurent Lafitte como Julien, el amante en cuestión. Combinando humildad, colores cristalinos y un cariño sutilmente negociado, Mis Días Felices es una película hermosa y disfrutable, un bálsamo contra la levedad mainstream contemporánea…