La gente es ruidosa
Hoy pocos lo recuerdan pero durante las décadas del 80 y 90 era relativamente común que Hollywood fichase a cualquier cineasta resonante del globo -ya sea de linaje popular, indie/ arty o de cine de género underground- para encargarle un proyecto impersonal mediante el cual testear su capacidad de “seguir órdenes” y de redondear productos comerciales según los cánones establecidos por el mainstream norteamericano, situación que solía generar una y otra vez el mismo resultado porque el susodicho, generalmente una luminaria del país en cuestión con éxitos de taquilla a cuestas, soportaba una o dos o hasta tres películas bajo el halo asfixiante de Los Ángeles y después regresaba a su hogar, planteo que en suma ponía patas para arriba lo que sucedió en el período previo de inmigración artística masiva, el de mediados del Siglo XX, ya que muchos cineastas que huyeron del ascenso del fascismo en Europa durante los 30 y 40 pudieron establecerse en el Hollywood Clásico con comodidad y desarrollar carreras en verdad excelentes, todo lo contrario a la generación multicultural de exiliados comerciales de los 80 y 90 en materia del paupérrimo nivel promedio de sus productos estadounidenses, casi todos no sólo por encargo sino mediocres de por sí y lejos de las promesas tácitas de calidad que representaban sus obras previas al salto a la “gran industria” yanqui, de alcance planetario. En la etapa posterior hubo excepciones como por ejemplo esas tres del mismo año de los máximos genios de Corea del Sur, léase Stoker (2013), de Park Chan-wook, Snowpiercer (2013), de Bong Joon-ho, y El Último Desafío (The Last Stand, 2013), odisea de Kim Jee-woon, no obstante lo estándar en lo que atañe a directores importados es la pérdida/ venta del alma del creador de turno símil Assassin’s Creed (2016), del australiano Justin Kurzel, y El Muñeco de Nieve (The Snowman, 2017), del sueco Tomas Alfredson, más allá de las consideraciones que cada uno pueda formular en relación a las películas en concreto y su excelencia, medianía o trasfondo bien fallido.
Por supuesto sin llegar al nivel del ultra mamarrachesco y también argentino Luis Puenzo, quien a posteriori de ganar el Oscar a la Mejor Película Extranjera por La Historia Oficial (1985), una de las primeras faenas fílmicas en tratar el tema de los desaparecidos durante el genocida Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983), se mudó al enclave anglosajón para rodar los bodrios totales Gringo Viejo (Old Gringo, 1989) y La Peste (1992), lo que a la postre provocó que luego regresase a Argentina con motivo de la asimismo insoportable La Puta y la Ballena (2004), la más reciente adición a la lista de “amigos de la decepción en su debut hollywoodense” es Damián Szifron, señor cuya carrera fue de menor a mayor porque incluyó El Fondo del Mar (2003), comedia negra bastante irregular disfrazada de thriller de burgués atrapado en celos patológicos que decide vigilar al amante de su novia, Tiempo de Valientes (2005), simpática buddy movie de acción modelo ochentoso y con un tono sarcástico mayormente astuto que amplificaba ese interés de la ópera prima en materia de los estudios de personajes por sobre la trama en sí, y Relatos Salvajes (2014), excelente antología compuesta por seis historias más o menos interconectadas que exploraban el dejo más violento y esperpéntico del capitalismo salvaje contemporáneo y que inesperadamente se convirtieron en un éxito internacional, incluidas nominaciones a la Palma de Oro en Cannes y a la Mejor Película Extranjera en los Oscars, amén de dos series muy entretenidas para el canal argentino de televisión abierta Telefe, Los Simuladores (2002-2004), de dos temporadas, y Hermanos y Detectives (2006), de una única temporada, la primera serie englobada en un suspenso de corte satírico e inspirada en El Golpe (The Sting, 1973), el opus de George Roy Hill con Robert Redford, Paul Newman y Robert Shaw, y la segunda otra buddy movie de “pareja dispareja” que retomaba mucho de Detective Conan (1996-2022), una relectura en anime del legendario manga creado en 1994 por Gôshô Aoyama.
Misántropo (To Catch a Killer, 2023) es la película con la que Szifron vuelve a la dirección casi una década después de Relatos Salvajes, brecha de tiempo demasiado dilatada que a veces no augura buenas cosas porque pinta una tendencia al ostracismo de la fama, un ego inflado y/ o una indecisión sobre qué hacer a continuación porque la idea de entregarse a un “bautismo de fuego” en yanquilandia acarrea más exigencias que rodar en cualquier otro país de la periferia, en este sentido la errática y rutinaria Misántropo es una obra apenas correcta, capaz de superar a esos thrillers basura del streaming de hoy en día, en la que el cineasta pretendió dejar contentos a todos y por ello -como suele ocurrir con los productos intercambiables o genéricos- en realidad no deja contento a nadie: como si se tratase de alguno de esos exploitations con presupuesto de los años 90 de El Silencio de los Inocentes (The Silence of the Lambs, 1991), de Jonathan Demme, Cabo de Miedo (Cape Fear, 1991), de Martin Scorsese, o Pecados Capitales (Seven, 1995), de David Fincher, en sintonía con Copycat (1995), de Jon Amiel, Besos que Matan (Kiss the Girls, 1997), de Gary Fleder, El Coleccionista de Huesos (The Bone Collector, 1999), de Phillip Noyce, y Telaraña (Along Came a Spider, 2001), de Lee Tamahori, el opus de Szifron nos presenta la poco probable sociedad entre Eleanor Falco (Shailene Woodley), una oficial de policía de Baltimore, en el Estado de Maryland, con historial de adicciones e incluso intentos de suicidio, y Geoffrey Lammark (Ben Mendelsohn), uno de los jefazos del FBI, en pos de capturar a un asesino en serie que gusta de acribillar a sus víctimas a mansalva con un rifle antiguo, pesquisa en la que la joven es insólitamente elegida de la nada como “segunda de confianza” del cabecilla porque pareciera que es tan misántropa como el homicida -la historia no ofrece mucho más desarrollo al respecto- y en la que Lammark sufre presiones repetidas a los gritos y planteos de sabotaje implícito de parte de otros jerarcas del FBI, la policía local y el aparato político.
La fotografía de Javier Julia es muy buena, la presencia del glorioso Mendelsohn siempre funciona de maravillas a nivel dramático y el film de hecho incluye secuencias interesantes como todas las agitadas, hablamos de esa inaugural del francotirador psicótico que copia y maximiza la apertura de Harry, el Sucio (Dirty Harry, 1971), de Don Siegel, la del mall/ shopping center cuando la lacra de seguridad privada aporofóbica intenta reducir al villano, aquella otra de la cruel balacera en el supermercado y finalmente la resolución algo melosa en el hogar bucólico, sin embargo el guión del realizador y el debutante Jonathan Wakeham es sinceramente muy pero muy flojo, la premisa del “equipo” entre la ninfa autodestructiva y el jefe gay del FBI resulta forzada y las dos horas de duración están repletas de diálogos sobreexplicativos, personajes frustrantes o caricaturescos y demasiadas intervenciones de tilingos de TV y diversos lobistas de derecha de los mass media que empantanan la intriga mediante una reflexión burda acerca de la chatarra cultural contemporánea y las falacias de la posverdad, para colmo el film -como decíamos antes- no cuenta con ideas novedosas, por momentos por lo esquemático se parece a un capítulo tuneado de La Ley y el Orden (Law & Order, 1990-2010), serie de Dick Wolf, y definitivamente padeció de un marketing pésimo debido a la poca difusión, como si a los productores les diese vergüenza el resultado final, y al horrible cambio de título, del Misanthrope original al tosco To Catch a Killer/ Atrapar a un Asesino para el marcado yanqui, el mismo de la estupenda película para TV de 1992 de Eric Till con Brian Dennehy como el espantoso John Wayne Gacy. En general la propuesta es entretenida y se acerca a un viejo “directo a video” y hasta se agradece esa voluntad de pensar la vigilancia global actual, el ruido informativo y la angustia de la vida cosificada en el capitalismo consumista, pauperizador y banal, no obstante la bienintencionada y también productora Woodley no está a la altura del reto por una presencia cinematográfica estéril…