El homicidio de un senador parece llevar la marca inigualable de Cassius, un asesino de la Unión Soviética supuestamente eliminado décadas atrás y del que nada se sabía… hasta ahora. Mismo modus operandi, mismo trabajo aséptico. ¿Se trata de un imitador o el verdadero Cassius ha regresado del más allá para seguir matando? La CIA decide recurrir a un ex agente (Richard Gere) para que forme equipo con un investigador del FBI (Topher Grace), quien basó su tesis universitaria en el mítico asesino, y de este modo resolver de una vez por todas el caso.
El relato tiene múltiples capas que se van develando poco a poco, brindando pequeños retazos de información a medida que son necesarios. Sin embargo, en el apuro por generar golpes de impacto, uno de los grandes secretos de la trama sale a la luz demasiado temprano. Toda la tensión generada en su primera mitad se diluye rápidamente, entregando luego 45 minutos tediosos y poco convincentes. Que el nacionalismo logre dominar la escena tampoco ayuda mucho: involucrar a la familia del joven agente, que el corazón del duro asesino se conmueva y la decisión de construir un american way of life es apilar clichés a mansalva.