Burton resurrecto
Para quienes supimos ser fanáticos de Tim Burton en la década de los noventa, sus últimos títulos son prácticamente innombrables: Alicia en el país de las maravillas, Sombras tenebrosas, Frankenweenie y Big Eyes fueron películas desproporcionadas, kitsch, empalagosas, arrítmicas o simplemente aburridas, de las que bien quisiéramos olvidarnos. Si bien Burton siempre fue irregular, esa seguidilla de desastres parecía dar la pauta de que el director de Ed Wood y Sleepy Hollow había perdido por completo el eje. Pero por suerte aparece hoy esta notable película.
Burton nunca fue propiamente un guionista, y para sus películas tomó historias ajenas y las enriqueció (o arruinó, dependiendo del caso) con su imaginario particular. Pero su firma asegura historias que explotan ese costado terrorífico de los cuentos de hadas, o ese perfil más infantil y fantasioso del cine de terror, por lo que sus filmes suelen situarse en un camino ambiguo, que juega con ambas puntas. Provistos generalmente de humor negro, propone universos en los que un puñado de extravagantes personajes se abre camino a la aventura. Si el cine es evasión, las creaciones de Burton son universos ideales en los que perderse.
La excéntrica novela infantil en la que se basa esta película reúne todo aquello que a Burton parece gustarle más. En ella el autor Ransom Riggs despliega la historia de varios niños “peculiares” recluidos en un orfanato, viviendo el mismo día una y otra vez, en un perpetuo bucle de tiempo. Pero una de las particularidades más llamativas del libro es que está ilustrado con inquietantes fotografías antiguas, en las que se ve a niños con miradas amenazantes o directamente demoníacas, vestidos con extraños disfraces o en posiciones imposibles. Una de las referencias inevitables es X-Men, en la que también existe una institución que reúne personajes “diferentes” en quienes cada particularidad es también un portentoso superpoder, pero aquí los personajes no llevan a cabo grandes hazañas sino que simplemente deben sobrevivir de un brutal ataque de “huecos”, criaturas amenazantes y tentaculares que buscan a los niños para sacarles los ojos y comérselos. Lo más interesante del planteo es que algunos de estos superpoderes permanecerán en secreto hasta el final de la película, manteniéndose el enigma durante todo el metraje. Otro referente obvio es Harry Potter, y es esta la 37ª historia de un niño ordinario y con problemas de inserción social que descubre un mundo diferente, en el que resulta ser “el elegido”.
El talento de Burton se encuentra principalmente en la particularidad de los ambientes; la música, los efectos especiales, la vestimenta, el maquillaje y los decorados están elaborados cuidadosa y coherentemente, logrando una atmósfera envolvente y atractiva. También puede verse en un elenco brillante y una notable dirección de actores. Aquí sobresalen especialmente Eva Green –ya una actriz fetiche de Burton– como Miss Peregrine, así como la totalidad del elenco infantil y adolescente, y, por sobre todo, el imponente Samuel L Jackson como un malo malísimo que oficia al mismo tiempo como figura amenazante y como comic relief. Jackson se calza el personaje con la gracia y el talento con que se desenvuelven los grandes.
Es verdad que la película surge en un momento en que ya existen varias historias parecidas en la vuelta, pero es la autoría de Burton la que marca una diferencia estética, proporcionando solidez y ritmo, y dando además la buena nueva de haberse encauzado, una vez más, por el buen camino.