La elección del océano
Como suele ocurrir con casi todas las propuestas animadas del mainstream de nuestros días, en Moana (2016) la corrección formal y una historia demasiado estándar desencadenan una obra relativamente agradable que puede ser leída como un signo de estancamiento industrial…
Durante los últimos años Disney, el gran gigante gran del imperialismo estadounidense, le terminó de encontrar la vuelta a una fórmula que si bien no genera productos en verdad interesantes o novedosos, por lo menos disminuye la carga conservadora de sus opus de antaño, aquellos en los que la familia, el “american way of life” y la tendencia a vanagloriarse eran los únicos factores dignos de ser alabados por la estructura moralizadora de los relatos (podríamos decir que ese fue el esquema dominante desde los inicios, con el viejo Walt al mando, hasta la década del 90 inclusive). A partir del 2000, y de manera progresiva, el enclave terminó de calcar -en parte- los motivos de su subsidiaria Pixar, lo que derivó en una apertura narrativa que tiene mucho de oportunista porque trabaja sobre terreno político ya ampliamente ganado, concentrándose en films feministas o antirracistas.
Aun así el estudio no renuncia a su fetiche orientado a tomar prestados los mitos nacionales de determinadas regiones del planeta, por lo general consideradas “exóticas” a ojos del citadino occidental, para metamorfosearlos según la óptica reduccionista de Hollywood y finalmente adaptarlos al formato narrativo de siempre, léase el camino del héroe, y las preocupaciones de los niños y los adolescentes, esas supuestas “minas de oro” del mercado cultural globalizado. De hecho, a diferencia de Pixar y sus historias centradas -sin sonseras ni hipocresía- en un contexto norteamericano clásico, Disney sigue insistiendo con la estrategia de fagocitar el folklore foráneo para luego escupir la misma realización añeja, ofendiendo una vez más al país o los países protagonistas. Por suerte este mecanismo de apropiación también fue pulido y los productos resultantes ya no son los engendros de ayer.
La propuesta que hoy nos ocupa, Moana (2016), es un trabajo tan ameno como olvidable, en la misma sintonía de Zootopia (2016), otro exponente animado reciente de Disney, y La Vida Secreta de tus Mascotas (The Secret Life of Pets, 2016), la exitosísima obra de Illumination Entertainment. Ahora le toca a la cultura polinesia ser objeto de la típica “reinterpretación a la Estados Unidos” de su cosmovisión, circunstancia que nos encauza hacia una película simpática que gira alrededor del viaje de la joven del título, una princesa con vocación de exploradora que es elegida por el océano para que le devuelva el corazón a Te Fiti, una diosa creadora de vida -y responsable de las islas de Oceanía- que mil años atrás sufrió el robo del susodicho a manos de Maui, un semidiós. En su odisea Moana estará acompañada por el gallo Heihei, su tonta mascota, y se asociará con el propio Maui.
El planteo retórico es tradicionalista hasta la médula, en esta ocasión intercambiando los roles de género del Hollywood clásico para contentar al público femenino: ella es adalid de la autonomía profesional, él es un necio con el ego inflado y Heihei es el bufón de turno. La animación está bien no obstante son los tatuajes de Maui, que le escapan al andamiaje 3D, los que se roban el show en lo que atañe al humor (el personaje interactúa con los dibujos en su piel y éstos responden exteriorizando lo que él realmente piensa/ siente). El guión deja mucho que desear porque no ofrece ni un mísero gramo de originalidad pero las voces de Auli’i Cravalho como Moana y de Dwayne Johnson como Maui ayudan a que la trama resulte entretenida y la redundancia de las canciones no termine hastiando al espectador. Lejos de Buscando a Dory (Finding Dory, 2016), la gran película infantil del año, el opus de Ron Clements, John Musker, Don Hall y Chris Williams condensa buena parte de los axiomas del Disney correcto contemporáneo aunque no consigue ir más allá de una eficacia algo lavada y carente del impulso necesario para descomprimir el manojo de estereotipos…