Convivencia de guerra
A mitad de camino entre la animalización infantil de El Señor de las Moscas (Lord of the Flies, 1954), el clásico de William Golding sobre el sustrato pulsional de supervivencia de los seres humanos, y el descenso a la locura prototípica de El Corazón de las Tinieblas (Heart of Darkness, 1899), la obra maestra de Joseph Conrad en torno a la rebelión en el seno de las filas militares y los infaltables delirios mesiánicos/ divinos de los hombres, Monos (2019) es una película colombiana que ofrece un muy interesante análisis tanto de la violencia de las sociedades latinoamericanas, siempre en estado de ebullición por la retahíla de desigualdades e injusticias que las caracterizan, como del carácter gregario salvaje de los bípedos y lo cerca que estamos de abandonar las máscaras farsescas de la civilización para dejarnos caer en una competencia individualista destinada a la autodestrucción a mediano o largo plazo, sin que importen cualquier atisbo de racionalismo, empatía o marco solidario.
La “no historia” está enmarcada en el esquema de los relatos descriptivos sobre un núcleo invariante, ahora haciendo foco en un pelotón de niños soldados que se encuentran en un destacamento de una guerrilla colombiana ignota y que en términos prácticos poseen la misión de custodiar a una rehén de no muy alto perfil, una norteamericana a la que llaman Doctora (Julianne Nicholson). Entre ejercicios físicos militares, juegos pueriles y hasta el encargo adicional de custodiar una vaca lechera, los jóvenes pasan el tiempo en una enorme construcción derruida a una altura muy elevada y soportando el barro y fuertes ventiscas, un panorama que comienza a complicarse cuando el animal es asesinado accidentalmente, de golpe comienzan las escaramuzas con el ejército local y todo el asunto los obliga a bajar hacia la selva y montar un campamento improvisado. Pronto las peleas internas del grupo y las diversas afinidades harán estallar esta convivencia de guerra y la sangre correrá sin más.
Como si se tratase de una interpretación sudamericana y a pequeña escala de Apocalypse Now (1979), aunque sustituyendo el despliegue de aventuras caóticas de antaño por la sistematización de un declive psicológico más tradicional vinculado con los desacuerdos por identidades contrastantes, el film juega con la noción del sexo como catarsis frente al peligro permanente de morir, frente a la responsabilidad de tener que hacer de guardianes de la cautiva y frente a la misma supresión de la niñez/ adolescencia en una lucha que implica llegar a la adultez de inmediato si se pretende sobrevivir. Este trasfondo lúdico y semi inconsciente de los purretes teniendo que atenerse a códigos y conductas que no le son propios -hoy relacionados con la disciplina militar en un contexto de jungla- sin duda ha sido explorado largo y tendido en un sinfín de epopeyas semejantes, sin embargo el cine latinoamericano pocas veces lo ha tratado desde esta arquitectura alegórica que no explicita ni la época ni el lugar preciso de los acontecimientos (obras de cadencia revolucionaria ha habido muchísimas durante las décadas del 60 y 70 pero Monos es arena de otro costal, en esencia porque responde a los criterios del cine festivalero más sensato, ese que apuesta a no descuidar los ardides de los géneros clásicos para no dejar afuera al “público común”).
El armazón retórico coral le sirve a la película porque instaura una heterogeneidad que podría no haber sido tal si el relato hiciera hincapié en el cliché de priorizar la perspectiva narrativa de la Doctora, el “outsider”, cuando en realidad lo que le interesa al director y guionista Alejandro Landes es señalar que los chicos también son víctimas en la situación ya que no pueden sustraerse de la violencia política producto de años de neoliberalismo y sus mafias estatales/ financieras/ empresariales asociadas. Aquí los intentos de fuga de la estadounidense corren de la mano de la supremacía como líder tiránico de Patagrande (Moisés Arias), uno de los adolescentes de mayor edad y el gran protegido del verdadero mandamás del pelotón, El Mensajero (Wilson Salazar), un hombre de corta estatura con aires de guerrero profesional. Moviéndose a nivel conceptual entre las FARC y la guerrilla argentina marxista y peronista del pasado, estos “monos” -tal el nombre que reciben dentro del ecosistema castrense- constituyen el ejemplo perfecto de la militancia radicalizada que anida y se articula en la pobreza, el olvido estatal y la negligencia consciente por parte de las élites cleptocráticas que controlan los gobiernos del cono sur en connivencia con los payasos parasitarios e imperialistas del Primer Mundo y el aparato usurero internacional…