Dignidad digital que no alcanza
Con sólo leer las estupideces que escribe la prensa pochoclera descerebrada al momento del estreno de tanques de CGI como Monster Hunter (2020), de Paul W.S. Anderson, uno toma conciencia hasta qué punto todos esos muertos son hijos bien tarados de las campañas de marketing más burdas y el gigantismo por el gigantismo en sí de los bodrios yanquis, como si estuviésemos delante de un adicto desesperado por su droga uniforme o una puta criada en un prostíbulo, por lo que su vida no tiene más sentido que reproducir/ vender lo único que conoce, léase el canto de sirena del mainstream para colmo más soso y hueco. Dejando de lado a estos payasos, hay que reconocerle al director y guionista británico que sabe construir escenas de acción y que tiene las ideas claras en cuanto al diseño de producción en general porque a pesar de que casi todo lo que alguna vez filmó está extraído de diversas fuentes previas, por cierto mucho mejores en términos de calidad, Anderson por lo menos se mueve como un artesano de estrato medio -mediocre, para ser más precisos- de antaño con la sinceridad semi trash a flor de piel, ahora suplantando el minimalismo, los practical effects y aquella dedicación analógica de otra época por una tonelada de animación digital cortesía de esos programadores infradotados del presente y por secuencias pomposas a lo cine catástrofe de los 70 o sci-fi de los 50 que no dejan margen para reflexiones floridas.
Es este talento para la pompa visual/ sonora/ sensorial inflada a lo bestia el que le permite al realizador alejarse de otros fanáticos del CGI que la van en mayor o menor medida de “autores elevados” dentro de la comarca de la mega acción industrial, pensemos en el cine hiper torpe y esquemático de Michael Bay, la obsesión con “sonar gracioso” del imbécil de James Gunn, éste un palurdo insoportable amparado en la basura de Marvel, o el fetiche serio/ apesadumbrado del siempre desparejo Zack Snyder. En esta oportunidad el inglés en esencia vuelve sobre sus pasos y así adapta otro videojuego como hiciese en la fundante Resident Evil (2002), también protagonizada por su esposa desde 2009, Milla Jovovich, hablamos del videojuego de rol de acción del mismo nombre de la compañía japonesa Capcom, concebido originalmente para la PlayStation. Esta traslación, por supuesto, es nuevamente una excusa para elaboradas secuencias de acción que en términos del séptimo arte roban el diseño de monstruos, las capacidades y hasta las formas de matarlos de films mejores como Duna (Dune, 1984), de David Lynch, Tremors (1990), de Ron Underwood, Aracnofobia (Arachnophobia, 1990), de Frank Marshall, Jurassic Park (1993), de Steven Spielberg, e Invasión (Starship Troopers, 1997), de Paul Verhoeven, entre otros pivotes creativos para nada sutiles de motivos, latiguillos y carnicerías que se suceden unas a otras.
Como si se tratase de algún clásico del exploitation sin trama alguna que coloca todas sus fichas en un encadenamiento sin fin de tropelías, persecuciones, salvatajes y masacres, en línea con la paradigmática Las Noches del Terror aka Burial Ground: The Nights of Terror (Le Notti del Terrore, 1981), de Andrea Bianchi, Monster Hunter es un blockbuster de pura cepa noventosa y muchos anhelos de franquicia que no se da humos de absolutamente nada y apuesta a la supervivencia o el infaltable “regresar a casa” vía enfrentamientos entre un ignoto cazador asiático (Tony Jaa) y Artemis (Jovovich), una capitana de la milicia yanqui, por un lado, y una legión de monstruos que se mueven en un espectro variopinto desde los clásicos arácnidos y los semejantes a los dinosaurios hasta dragones enormes que escupen fuego y algún que otro híbrido entre gusano de arena, toro y rinoceronte o algo así, por el otro lado, sin que realmente importe el hecho de que la mujer termina viajando sin desearlo -a través de una tormenta repentina símil portal de civilizaciones misteriosas con ecos de Stargate (1994), de Roland Emmerich- desde nuestro mundo a ese otro de tipo desértico muy deudor de la saga creada por Frank Herbert aunque sin un ápice de su complejidad, desparpajo o frondosa imaginación y más en sintonía con una cruza de cine de aventuras, horror, epopeyas bélicas y ciencia ficción de alcance colosal y definitivamente pasatista.
Pasan los años pero las mejores películas de Anderson siguen siendo las hoy cada vez más y más lejanas Shopping (1994), Event Horizon (1997) y Soldier (1998), obras ingeniosas que por cierto conviven con la otra pata de su filmografía, la industrial esperpéntica y algo demencial aunque jamás aburrida y nunca del todo mala de Mortal Kombat (1995), Alien vs. Depredador (Alien vs. Predator, 2004), Los Tres Mosqueteros (The Three Musketeers, 2011), Pompeii (2014) y sus tres secuelas de 2010, 2012 y 2016 de la redituable franquicia de Resident Evil, amén de su simpática y superficial remake del 2008 con Jason Statham de Carrera Mortal 2000 (Death Race 2000, 1975), clásico de Paul Bartel con producción de Roger Corman e intervenciones de David Carradine, Sylvester Stallone y Mary Woronov. Una vez más el británico entrega una montaña rusa visual con esplendorosas secuencias de acción, un meollo dramático inexistente, participaciones imprevistas de genios como Ron Perlman -aquí componiendo al Almirante, el líder de los cazadores de monstruos de la dimensión paralela- y una Milla Jovovich tan hermosa y eficaz como siempre en una odisea orientada a romper cabezas y nada más, aunque vale aclarar que ya se nota la edad de la ucraniana y que no debe haber sido muy placentero para ella el rodaje en materia de la reglamentaria exigencia física. Monster Hunter no puede ocultar que la dignidad digital de parque de diversiones de espíritu retro a veces no alcanza y precisamente por ello hubiera sido conveniente innovar un poco en lo que atañe al diseño o mejorar un montaje un tanto videoclipero/ publicitario trasnochado que en algunos momentos del metraje entierra la efervescencia de las matanzas de bestias infernales y soldados de mierda estadounidenses…