Escrita y dirigida por Alejandro Fadel (Los salvajes), Muere, monstruo, muere es un arriesgado exponente del cine de género.
No hay mucho que convenga adelantar sobre lo que sucede en Muere, monstruo, muere. Cuando comienza, en un lugar de Mendoza, cerca de la Cordillera y en pleno invierno, empiezan a aparecer mujeres decapitadas. Pronto es señalado como el posible culpable, un joven que niega haberlo hecho pero que alega escuchar voces monstruosas. Alrededor se despliegan historias de personajes que se mueven en medio de la investigación, siendo protagonista un policía que padece de insomnio y mantiene una difícil historia de amor.
Muere, monstruo, muere está construida a partir de potentes imágenes, ya sea de acercamientos a los horrores que se suceden, como de planos muy cuidados del paisaje que envuelve la historia, una Mendoza helada y montañosa; y cuenta con un muy buen trabajo de sonido. La imagen y el sonido, una combinación que estará presente en la película también a nivel narrativo.
Es que a medida que la historia se sucede el film va revelando diferentes aristas y temáticas. Hay un interesante juego con el lenguaje y la psicología. Y también con lo sexual (en algún momento rememora a la mexicana La región salvaje y al mismo tiempo al Cronenberg que inspiró aquella) despegándose de la primera impresión que identifica al film como una película sobre la violencia de género. Al contrario, acá nada está nunca del todo definido.
Aunque con una narración pausada y solemne, Fadel se mueve entre climas de horror y otros más bellos y ligeros, con algo de romanticismo y un poco de humor. En gran parte esto es logrado gracias al protagonismo de Víctor López (y esa voz penetrante), el personaje con el que uno empatizará, una persona con el corazón roto y con quien junto a Jorge Prado, como el jefe de policía, logran escenas de una candidez que contrasta con la oscuridad de la línea principal del relato. Con el personaje de Esteban Bigliani sucede algo distinto, es más difícil conectar pero porque el actor que interpreta al acusado, que termina encerrado en un psiquiátrico, se va transformando, mutando a medida que la película avanza, y sus líneas de diálogos se tornan cada vez más elocuentes y crípticas. Algo de eso pasa con la película que durante varios momentos peca de demasiado fría y distante.
Además de los trabajos de fotografía y sonido a destacar, se encuentra el diseño de producción realizado con mucho cuidado.