La transferencia de identidad
Las fábulas cinematográficas de confusión u oposición en torno a los géneros sexuales por lo general suelen mofarse largo y tendido de los estereotipos vinculados al comportamiento, las posturas físicas y los gestos de los hombres y las mujeres de manera aislada y entre sí, pegándole por un lado a la invariabilidad de los mismos y por el otro a la -tristemente habitual- incapacidad de cada uno de identificarse con el otro. El espectro estilístico de este subgénero de la comedia no es muy amplio y va desde el simple travestismo tradicional de La Novia era Él (I Was a Male War Bride, 1949), Una Eva y dos Adanes (Some Like It Hot, 1959) y Víctor/ Victoria (Victor Victoria, 1982) a la vuelta de tuerca fantástica/ religiosa/ sobrenatural de Hay una Chica en mi Cuerpo (All of Me, 1984), Una Rubia Caída del Cielo (Switch, 1991) y la floja Ella es un Diablo en mi Cuerpo (Dr. Jekyll and Ms. Hyde, 1995).
Sinceramente resulta una curiosidad que los europeos -y en especial los italianos- adopten la premisa del intercambio de sexo para una de sus propuestas destinadas al mercado mainstream: por suerte el producto en cuestión, Mujer y Marido (Moglie e Marito, 2017), logra sobrevivir a esos manierismos que podemos describir como clichés hiper trabajados del rubro, redondeando una película afable y liviana que evita el humor grasiento de las comedias yanquis de nuestros días. Desde ya que aquí no faltan el ninguneo recíproco entre hombres y mujeres, la “incompatibilidad” al momento de la transferencia de identidad genérica, los detalles vinculados al ridículo social paulatino y finalmente el descubrimiento de la posición simbólica del otro en la comunidad (con sus pros y -sobre todo- con sus contras), no obstante la trama construye un fluir narrativo cargado de gracia y naturalidad.
Andrea (Pierfrancesco Favino), un neurólogo, y Sofia (Kasia Smutniak), una aspirante a columnista de TV, conforman un matrimonio con dos hijos, un nene chiquito y un bebé, pero la relación se encuentra en una fase casi terminal por las constantes discusiones por nimiedades. La excusa para el enroque existencial llega de la mano de las investigaciones del hombre acerca de las conexiones entre las neuronas y la posibilidad de enlazar dos cerebros a través de una máquina -con muchas lucecitas y en un maletín- bautizada Charlie. Por supuesto que ocurre un accidente en medio de un test ocasional entre Andrea y Sofia, lo que provoca que la personalidad de uno vaya a parar al cuerpo del otro y viceversa, punta de lanza para que el director debutante Simone Godano, y las guionistas Carmen Roberta Danza y Giulia Louise Steigerwalt, se despachen con una comedia de situaciones clasicista.
Como decíamos antes, la propuesta no brilla por su originalidad aunque logra entretener y aprovechar la dinámica de los opuestos que empiezan el relato a pura incomprensión y lo terminan con un nuevo entendimiento mutuo, vía un desarrollo basado especialmente en secuencias algo trilladas pero bien sutiles y en el gran trabajo de Smutniak como un varón atrapado en la anatomía femenina (lo extraño es que Favino, mucho más experimentado en términos actorales que su partenaire, nunca termina de “acertar” con su interpretación, cayendo -quizás un poco demasiado- en esos típicos gestos afectados de las mujeres de generaciones previas, no tanto de las más recientes). Mujer y Marido no sermonea para nada en lo que atañe al rol de las féminas en la sociedad contemporánea, la eterna estupidez de los hombres y blah blah blah, porque lo suyo tiene más que ver con la hegemonía tambaleante de la pareja en general, asignando culpas a ambos por el declive y remarcando que el igualitarismo verdadero implica siempre ponerse en los zapatos del otro, caminar un buen trecho y luego llegar a una solución negociada en la que los derechos y obligaciones sean intercambiables y versátiles en serio para esquivar tanto el abuso como el hastío…