El ocaso de un ídolo:
Un hombre recuerda con los ojos cerrados sus años de gloria, parado en una cancha de fútbol en lo alto de la ciudad de La Paz a plena luz de día. Se trata de Jorge “Muralla” Rivera (Fernando Arze Echalar), un arquero de fútbol devenido en ídolo popular a partir de una memorable atajada en un partido clave del club San José en el año 1995, a lo cual hace referencia su apodo. Hoy su estado desaliñado y su barba descuidada hablan de su presente de decadencia, tanto económica (es chofer de un minibus) como familiar (se ha separado de su pareja y su hijo se encuentra internado a la espera de un trasplante) y personal (se lo ve sumido en el alcohol). Este es el cuadro de situación que plantea el comienzo de Muralla (2018) del realizador boliviano Gory Patiño, seleccionada como la representante de dicho país para los próximos premios Oscar y recientemente ganadora del premio a Mejor Fotografía en el Festival Internacional de Cine de las Alturas. La película es un desprendimiento de una serie del mismo director que se estrenaría el año próximo y cuya titulo es La entrega.
Desde el punto de vista del género se trata de un drama familiar hibridado con elementos del cine negro que está acertadamente trabajado mediante el recurso al clima de suspenso.
El empeoramiento de la salud de su hijo es el factor que mete presión para que Muralla consiga de prisa el dinero para la operación. Y es la pasión ciega por salvar a su hijo lo que lo sume ahora en la decadencia moral al involucrarse, a partir de las facilidades que le brinda su trabajo como chofer, como intermediario que secuestra jóvenes para una red de trata y tráfico de drogas. Aquí el trabajo con la luz y los descensos desde lo alto en medio de las callejuelas de La Paz se vuelven cruciales para marcar el descenso del protagonista al infierno. Sus esfuerzos serán en vano, ya que el hijo muere y, peor aún, su falta moral no permite que el espíritu del niño pueda descansar en paz. El hijo, en una suerte de limbo, retorna en la vida de Jorge mediante visiones, acompañado de un linyera que carga el peso del pecado del padre.
A partir de aquí asistimos entonces al derrotero de Muralla para lograr la expiación de su culpa moral, encontrando a la joven que entregó a la red de trata y devolviéndola a su familia. Se convierte así en una suerte de investigador que intenta dar con la organización y liberar a la joven; pero los métodos a los que recurre para lograr su intento de redención, paradógicamente, lo sumergen más y más en la oscuridad.
Muralla encarna en su periplo a la figura del héroe trágico que avanza en soledad movido por su sufrimiento en su camino de redención. En su recorrido encuentra como aliados a la enfermera Marcela (Andrea Ibañez) y a Cacho (Cristian Mercado), un contrabandista que intenta ayudarlo en su desgracia conectándolo con la organización criminal para luego traicionarlo. En la ultima parte del film se acentúa la simbología que le da al protagonista características crísticas (linchamiento popular, entrega pasiva al sufrimiento, ahorcamiento). El ascenso heroico de la fama de antaño encuentra su reverso en la estrepitosa y dolorosa caída de hoy, de la cual no hay salvación posible. El protagonista deviene un paria incomprendido en medio de un mundo que le es hostil y en el cual no puede volver a reinscribirse con dignidad.
La mirada que Patiño nos entrega de la urbe latinoamericana sumida en la decadencia moral y económica es desoladora y cruel. Ahí no hay lugar para la compasión ni la justicia, herramientas humanas y simbólicas que han sido arrasadas por el avance del capitalismo salvaje que acrecienta la brecha entre ricos y pobres y que ha convertido a los cuerpos en mercancía.
La labor del elenco es prolija y se enmarca en una cuidada fotografía, con una atención particular por el tiempo (acelerando la imagen en los pasajes más vertiginosos y enlenteciéndolos en aquellos de corte más sobrenatural) y un adecuado uso de la sordidez de las locaciones. Muralla es una película que funciona al amalgamar la línea dramática con el ritmo del thriller y del cine criminal, sin descuidar la reflexión sobre un estado de degradación simbólica en la época contemporánea, cuando la sociedad se aleja de los valores de su idiosincrasia cultural.