Impulsado por Baltazar Tokman, Murciélagos es una película colaborativa realizada en esta época de cuarentena. Su fin es solidario: recaudar fondos para el Banco de Alimentos y se podrá ver y colaborar a través de la web de Amnistía.
Murciélagos está compuesta de varias historias escritas, a excepción de una, por Virginia Martínez, que se van relacionando entre sí por su contexto: estamos encerrados, en cuarentena, porque hay pandemia de una enfermedad viral que aparentemente se propagó por culpa de una sopa de murciélago. “Sopa de vampiros”, dice el protagonista de una de las primeras historias: un hombre que hace caso a cada indicación recibida (cubrirse el rostro al salir, desinfectar todo al llegar) pero también está lleno de teorías conspirativas.
A través de los variados relatos se van exponiendo diferentes maneras de ver y vivir la vida en tiempos de cuarentena. Se destaca, entonces, una de las historias más simples pero redondas dirigida por Hernán Guerschuny: una mujer que en videoconferencia con su plomero por una cañería tapada termina teniendo una relación muy íntima con él, más allá de no verse en persona. Un claro reflejo de lo que son hoy en día casi todas las relaciones: virtuales. Moro Anghileri y Carlos Belloso interpretan a estos dos seres que se encuentran a través de una pantalla.
El segmento que dirige Tamae Garateguy, sin embargo, apuesta a hablar de encierro, de no salir nunca más, de un modo más extremo y fuerte, y no por eso menos real. Acá entra en juego la violencia de género y con un tono más cercano a la filmografía de la directora.
A continuación volvemos a otra historia pequeña. Un hombre (Luis Ziembrowski) viviendo de prestado, momentáneamente (o lo que decida la cuarentena), en un monoambiente junto a su hija después de haberse separado. A lo largo de pocos minutos, en este segmento, dirigido por Paula Hernández, se tocan diferentes temáticas, en especial el de la educación en casa.
El que le sigue empieza con otro tema presente en cuarentena: el embarazo avanzado. Pero al menos el guion y el estilo audiovisual lo llevan para otro lado, con la excusa de la búsqueda del nombre de ese hijo o hija por venir al mundo.
Después, una pareja separada confinada es otra de las premisas. Ellos intentan dividir sus espacios y sus momentos en un lugar pequeño. Se encuentran y desencuentran en medio de una convivencia forzada. Sin embargo, acá terminan tomando protagonismo los balcones y la interacción a través de ellos.
Oscar Martínez protagoniza una de las últimas historias, interpretando ni más ni menos que a un médico. Además de ver aquello que ya sabemos que ha sucedido con muchos de ellos (los escraches en el edificio por estar en constante contacto con enfermos y la hipocresía de aplaudir a las nueve de la noche agradeciéndoles su labor), antes que nada vemos a un hombre muy solo que habla por teléfono primero con un hombre que le alcanza canastas con comida y luego con su hija, con quien tiene una conversación que para él es muy importante y que, seguramente, preferiría tener en persona.
Y después, a lo largo de toda la película, está la historia que dirige Baltazar Tokman y protagoniza Peto Menahem, como un hombre en reposo después de una operación y una presencia que se revela al final.
Murciélagos es como un collage de historias que resulta desparejo y, además, tiene las limitaciones propias de un proyecto hecho de manera rápida y con recursos limitados, en especial en locaciones. De todos modos, a lo largo de su corta duración (poco más de una hora) nos enfrenta con situaciones que, en otro contexto, podrían haber sido extraordinarias y hoy se convirtieron en parte de nuestra cotidianidad.