Un elenco brillante mal aprovechado
Los Cooper han tenido abundantes predecesores. Son una de esas familias numerosas que se reúnen cuando llega la Navidad, el Día de Acción de Gracias o cualquier otra fecha que amerite el encuentro de varias generaciones del mismo clan en torno de una mesa, presuntamente para celebrar la alegría de estar juntos, pero también para compartir el recuerdo de viejas anécdotas, pasarse facturas, ventilar rencillas, intercambiar nostalgias de fiestas similares vividas en el pasado y ponerse al día respecto de la actualidad de cada uno. En fin, historias de familia que en otras épocas hasta terminaron constituyendo una especie de subgénero. Una tradición, la cinematográfica, no tan frecuentada en los últimos tiempos y cuya puesta al día, como casi todo en el Hollywood actual, responde a su correspondiente formato, bastante inspirado en los que impone la TV. Lo que significa que habrá más estereotipos que personajes, más situaciones breves y presumiblemente cómicas apoyadas en profusos diálogos que una historia más o menos estructurada que sirva de enlace, y sobre todo muchos actores conocidos y con la suficiente experiencia para sacarle a cada línea el poco jugo que contiene.
En ese sentido, Navidad con los Cooper es llamativamente generosa. Más aún: podría decirse que desaprovecha la gracia de sus talentosos comediantes en un guión que no es más que una suma de sketches desparramados durante los 107 minutos y apenas enlazados por la famosa reunión de Nochebuena, donde por supuesto se producirá otro milagro. Pero éste es obra de Hollywood: donde en el principio había disgusto, al final habrá felicidad y los que estaban solos habrán encontrado su pareja.
La reunión, por supuesto, recién se pone en escena en la segunda parte de la película. Hasta ahí, todo ha sido la presentación de personajes (en la que tampoco se invirtió demasiado ingenio, habida cuenta de la no identificada voz en off que proporciona abundante información acerca de cada uno) y otros breves apuntes sobre los conflictos que sobrellevan algunos o afligen a otros.
A Diane Keaton, Alan Arkin, John Goodman, Marisa Tomei, Olivia Wilde y Jack Lacy, por solo nombrar a algunos, les alcanza y sobra con el carisma y el oficio para otorgarles a sus partes el interés que el original de Steven Rogers no supo proporcionarles. Cuando se llega a los tramos finales, después de haber ensayado varios desenlaces fallidos; de haber probado suerte con unos toquecitos de drama, sentimentalismo y emotividad, y cuando ya cada actor tuvo sus correspondientes minutos de lucimiento, ya puede hablarse no tanto de generosidad, sino de franco despilfarro.