Nebraska

Crítica de Pablo Martinez - La mirada indiscreta

Las preguntas del millón

Alexander Payne es uno de los tipos mimados de Hollywood hoy en día. Película que hace termina nominada al Oscar, gana alguno, le va muy bien en la taquilla, y los actores se pelean para trabajar con él. En esta última película suya pareciera como si, siguiendo en esa línea de hijo pródigo, dejara todo eso de lado para buscar una nueva estética y una nueva cara para contar básicamente lo mismo de siempre: un tipo atribulado, que necesita cambiar de aire para reencontrarse a sí mismo. Lo hizo con About Schmidt (¿es muy ambicioso decir que es la mejor actuación de la carrera de Jack Nicholson?) y con The Descendants (¿es muy arriesgado decir que es… la mejor actuación de la carrera de George Clooney?), y ahora lo vuelve a hacer con Nebraska (acá sí es muy jugado decir que es la mejor actuación de la carrera de Bruce Dern, pero… ¡quizás lo sea!). Pero, ojo, no es una fórmula repetida hasta el hartazgo: ¡a Payne le sale bien! Y cuando algo sale bien, hay que explotarlo con todo, siempre y cuando, y sólo siempre y cuando sea con diferentes formas de contarlo.

Nebraska es una alternativa a la filmografía de Payne. En un blanco y negro realmente no muy justificado pero que apoya muchísimo la parsimonia de un relato casi estéril de sentimientos con la cámara, y que contrasta a la perfección con la nula cantidad de matices por parte de los personajes, la película pasea (nunca mejor dicho) por un feedback magistral por parte de Dern y Will Forte. La relación padre-hijo es el centro de la narración, a partir de la cual se desata una serie de situaciones extremadamente cómicas, pero a la vez muy tristes. Payne logra algo muy difícil: filmar la ignorancia, y con esto, explicar la inocencia. La inocencia de un señor de tercera edad, senil y casi devastado por el alcoholismo, y un principio de Alzheimer que le devora los recuerdos con la misma facilidad que la monumental ingesta de cerveza diaria lo hace con su hígado, personificado formidablemente por Dern, quien logra crear un monstruo adorable del que cuesta no compadecerse.

Nebraska es ese camino final, no sólo del recorrido de los personajes, que deben ir a ese estado para retirar un supuesto premio valuado en un millón de dólares con el que fue engañado el viejo Woody Grant (Dern), sino también como metáfora del final de la vida. El premio traza un paralelismo contundente sobre los “gustos” que nos podemos llegar a dar a modo de aspiraciones en la vida, aun así ya no sean de ningún tipo de utilidad. Y también, para aquellos que una vez llegados a la meta se encuentran con la desilusión de que la vida no les tenía preparado un premio, están los consuelos. Allí asoma la familia como tesis final de Payne y el guionista Bob Nelson, ese inestable pero recurrente abrazo reparador que sirve como el mejor motor para intentar llegar a esa línea final.

Nuevamente tenemos la trama básica payneana (?): un hombre que arrastra a su familia en un viaje interior, que se exterioriza con la partida a otras tierras para buscar algo. Con About Schmidt, el personaje de Nicholson buscaba algo más filosófico y espiritual, y eso le terminó costando la partida de su esposa, mientras que con The Descendants todo era más terrenal y simple, pero no por eso menos profundo, con la pérdida de la figura sabia femenina también como detonante. En ambas películas hay una crisis, como en la genial Sideways (2004), donde los dos protagonistas van en dos direcciones opuestas pero también buscan ese “algo” teniendo que ir a un lugar puntual los dos juntos.

Así, Payne ya se perfila como tal vez el mejor director de road movies existenciales del cine contemporáneo, y si bien Nebraska es una nota discordante en cuanto a estética, no lo es en cuanto a la narrativa, con un trabajo excelente con los actores (June Squibb se roba las escenas en que aparece) y diálogos muy elaborados en cuanto al uso del timing. Los personajes de Payne son buscadores de tesoros que antes no pudieron encontrar en sus vidas y deben salir a buscar llevando todo su bagaje con ellos, todas sus cosas, recuerdos y deudas. Y nosotros somos los acompañantes privilegiados, una vez más.