Mi gemelo esquizofrénico.
A esta altura del partido podemos afirmar sin temor a equivocarnos que el cine de género nacional se está abriendo camino de manera paulatina aunque persistente dentro de un mercado local todavía dominado por productos de raigambre televisiva y esas bazofias artys de siempre, apenas ecos automatizados de lo que fue el “nuevo cine argentino” de la década del 90. Recordemos que hablamos de una corriente muy valiosa que superó la afectación temática símil Europa y las deficiencias técnicas autóctonas, y que en la actualidad -paradójicamente- se transformó en un envase estilístico estándar que se parece cada vez más a ese enclave vetusto e insípido que se pretendió condenar de lleno al olvido.
Por supuesto que en este cambio progresivo de paradigma tuvo mucho que ver la presión histórica de nuestros compatriotas espectadores y en especial el sinceramiento de un segmento de la crítica, ya hastiado de la misma cantinela ad infinitum. Otro factor central fue la actitud “más abierta” que ha demostrado el INCAA, que si bien continúa cediendo gran parte de la torta presupuestaria a bodrios insufribles ejecutados por los amigotes de la cúpula de turno, por lo menos últimamente han apoyado a un puñado de proyectos independientes, subsidios mediante. De esta tanda reciente, el representante más parejo y movilizador es Necrofobia (2013), film que participó en la edición de este año del BAFICI.
De por sí resulta bastante extraño encontrar en la coyuntura contemporánea una película que funcione en tanto homenaje cariñoso a un período cinematográfico ya extinto y a la vez como obra específica que obedece a determinada configuración general. Si a ello le sumamos el “detalle” de que proviene de estas pampas, el mérito termina siendo doble. Ya desde la primera escena el realizador Daniel de la Vega deja en claro el pedigrí de la propuesta, con una secuencia en la que Dante (Luis Machín), un pobre sastre que padece el trastorno del título, se ve envuelto en una serie de situaciones relacionadas con la muerte de su hermano gemelo, ocasión perfecta para desencadenar esa masacre que todos esperamos.
El director no disfraza su intención de redondear un giallo de trazos casi fundamentalistas, que toma prestadas tanto la visceralidad y el ocultismo desquiciado de Lucio Fulci como la estructura y el esteticismo minucioso de Dario Argento. La historia combina el devenir esquizofrénico de Maníaco (Maniac, 1980) de William Lustig y El Otro (The Other, 1972) de Robert Mulligan, y nos ofrece un cúmulo de asesinatos coloridos cuyo sospechoso primordial es el inefable protagonista. El diseño de producción, la música, la fotografía y el montaje están puestos al servicio de un elenco rebosante de nombres populares (aquí encontramos a Gerardo Romano, Raúl Taibo, Viviana Saccone, Julieta Cardinali, etc.).
Ahora bien, así como sus principales virtudes pasan por su idiosincrasia y coherencia interna, Necrofobia también arrastra un preocupante déficit de elementos verdaderamente originales, circunstancia que se traduce en una mixtura eficiente aunque incapaz de construir sorpresas intra género. Con una ambientación similar a las adaptaciones de Roger Corman de Edgar Allan Poe y una vuelta de tuerca final a la David Lynch, el ambicioso opus de De la Vega puede resultar predecible pero es innegable que planta un mojón en el cine nacional en lo referido al camino concreto que deberían recorrer artistas y esbirros estatales para autolegitimar su accionar en función de films más interesantes que dignos…