Y todo queda en nada
El género de terror en Argentina sigue siendo una deuda pendiente. No por la falta de intentos, sino porque la gran mayoría resultaron fallidos o dejaron sabor a poco. Ahora, con la nueva propuesta de Macelo Schapces que toma a Lovecraft como base y sigue por los caminos sinuosos de Borges y Edgar Allan Poe, nos encontramos ante una película que podría haber sido interesante, pero se queda a mitad de camino.
La historia sigue a Luis (Diego Velázquez) un bibliotecario que trabaja en la Biblioteca Nacional cuidando y restaurando libros antiguos. Un día se topa con una sección del establecimiento que nunca había sido descubierta y va a dar justo con el famoso y terrible Necronomicón, una copia que hace muchos años estuvo escondida en ese lugar y (cuenta la leyenda) que el propio Borges custodió en algún momento.
La premisa, de por sí, parece atractiva. Los elementos sobrenaturales que rodean la historia, junto con sus referencias bibliográficas a grandes autores de la literatura fantástica, llenan la trama con un ambiente oscuro y sórdido, en una Buenos Aires que lejos está de ser la ciudad que todos conocen. Hasta gran parte del elenco colabora para conducir el proyecto por los carriles esperados. Solo faltaban dos cosas, cuya ausencia (o escasa presencia) hacen que toda la película camine sobre la cuerda floja y más de una vez caiga bajo el propio peso de su pretenciosidad. El guion tenía una tarea difícil, es cierto, el Necronomicón de Lovecraft no es sencillo de adaptar, ni muchos menos de explicar en términos argentos.
La historia se nos presenta desde un primer momento como un misterio que está asolando la existencia pacífica de nuestro protagonista, alguien de quien sabemos poco y nada (igual que el resto de los que acompañan) pero que, de alguna manera, sabe que debe hacer algo para que la humanidad no quede a merced de los muertos. A partir de ahí, los baches narrativos que hay que saltar son incontables. Todo núcleo de la trama se presenta y luego queda en el aire, como si nadie prestara atención a lo que está viendo y no le importe perderse parte de la historia.
Los personajes secundarios (Daniel Fanego y María Laura Cali principalmente) son los pocos que pueden lograr que la película tome forma y circule ligero para que no se haga más tediosa de lo que ya es. Algunos están de relleno, como la participación un tanto exagerada de Victoria Maurette, y a otros les falta el carisma y la consistencia actoral que se requiere para cargarse un protagónico al hombro (sí, le queda mucho a Velázquez todavía).
Los efectos especiales merecen un párrafo aparte. Su calidad es tan pobre y decadente que bordean lo risible (la deformación en la cara de Federico Luppi es para el infarto). Si estaban cortos de presupuesto, se podría haber disimulado perfectamente, pero no hicieron el menor esfuerzo e intentaron lucirse con lo que había. Estamos en el 2018, y aunque nuestro cine no se caracterice por producciones de alto impacto, cuando hay voluntad, se pueden hacer cosas decentes, pero estos efectos no deberían pasar ni siquiera por la post producción. Lluvia que no es lluvia, posesiones demoníacas medio robotizadas, ojos fluorescentes, en fin, un despliegue de horrores y no de los buenos.
Necronomicón no pasará a la historia como una de las películas de terror mejor logradas, apenas puede tomarse como el comienzo de un largo camino para encontrar la fórmula definitiva que lleve a las buenas producciones de género. Mientras tanto, seguiremos esperando.