Negocios fuera de control

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

Espantapájaros de la comedia.

Resulta de lo más graciosa esa tendencia de la industria cultural orientada a fetichizar de un modo un tanto insistente determinado tópico o propensión narrativa, a la que los popes del negocio tratan como “la gallina de los huevos de oro” del período en función de una lectura -por lo menos- banal del campo simbólico capitalista. Ahora bien, el espectro cualitativo de los productos nacidos de esta estrategia monotemática puede variar enormemente según el talento de los involucrados y el margen de tolerancia del mainstream con respecto a las desviaciones de la norma, dos factores que en nuestros días dejan mucho que desear, sin lugar a dudas (la disponibilidad de recursos es la tercera pata de este eje amigo del lucro).

De la misma manera que el terror llegó a la saturación formal de la mano del found footage y los dramones de antaño se fueron diluyendo bajo el esquema de la superación personal, hoy por hoy el cine de acción parece reducido a los bodrios biempensantes centrados en superhéroes y la comedia a la estupidez todo terreno de una adolescencia eterna, incapaz de asumir responsabilidades. A diferencia de la anarquía y las guarradas de opus como Porky’s (1982) y El Último Americano Virgen (The Last American Virgin, 1982), los mamarrachos escatológicos/ sexuales del Hollywood actual reinciden en las premisas de los clásicos trash pero sin aquella efervescencia exploitation ni los alegatos mordaces contra las autoridades.

Tomemos por ejemplo el caso de Negocios Fuera de Control (Unfinished Business, 2015), otra propuesta anodina que hace de la levedad y la apatía sus únicas banderas, en franca conformidad con un modelo de producción de contenido vinculado a los viajes bobalicones, los insultos gratuitos, las utopías del “self-made man” y los personajes adictos al cliché y la repetición ad infinitum de los mismos chistes/ latiguillos del catálogo estudiantil del séptimo arte. En esta oportunidad tenemos a un grupo de tres bufones que deben trasladarse a Berlín para cerrar un acuerdo comercial o algo así, en una nueva excusa para presentar un desfile de trivialidades al azar en sintonía con la saga de ¿Qué Pasó Ayer? (The Hangover).

Más allá del paupérrimo desempeño de Vince Vaughn, a quien si no fuera por su rol en True Detective podríamos confirmar como una garantía viviente de mediocridad, resulta verdaderamente doloroso ver al gran Tom Wilkinson haciendo el ridículo como un viejo verde que -al igual que la película en su conjunto- termina funcionando como una apología bastante patética del conservadurismo y las “explosiones” relacionadas con el jolgorio más hipócrita. La vacuidad que enarbolan estos espantapájaros de la comedia no pasa de ser una imitación fallida de la sonrisa sarcástica que construye sentido, esa que no se encierra en la pedantería del hedonismo, las alegorías absurdas y el hecho de asignar sólo culpas ajenas…