Postrada en la cama
Todas las industrias culturales y Hollywood en especial han bebido incansablemente del escapismo o tendencia a evadir la realidad con formulaciones que en vez de incentivar una mínima reflexión por parte de los espectadores lo único que hacen es encerrar al público en un eterno bucle de lo mismo a nivel discursivo/ ideológico, sea dentro del armazón retórico de los géneros clásicos o no. Desde la consolidación de los grandes estudios el mainstream norteamericano ha ido por un lado segmentando el mercado e internacionalizándose de a poco, movida que tiene que ver con la mentalidad imperialista yanqui, y por el otro lado dividiendo su producción entre un lote de “películas realistas” que buscan el prestigio o el reconocimiento intra gremio artístico y una mayoría de productos orientados a una evasión que reemplace el sentir particular por el melodrama genérico a toda pompa, no obstante fue debido a la construcción de los primeros blockbusters modernos en los años 70 y 80 que el segundo grupo comenzó a dominar/ mermar al primero a niveles alarmantes, propensión que para colmo se condice con una idiotización importante en lo que atañe a los engranajes narrativos que va de la mano del fetiche para con la fantasía heroica más baladí, aburrida e intercambiable, ya reemplazando por completo en el Siglo XXI al star system de antaño por el artilugio digital y el régimen de franquicias a partir de productos por demás establecidos.
Si bien el panorama a escala general siguió las líneas apuntadas, los géneros en concreto experimentaron cambios diversos que dependen de sus rasgos de base o predisposición a molestar a la dictadura posmoderna de la corrección política y los artificios estupidizantes, pensemos que el terror retuvo su visceralidad histórica en el nuevo milenio pero se vació del erotismo de antaño y sobre todo de su materialidad, algo que abarca el gore y el cuerpo mancillado en serio, atacado desde el realismo sucio, y el thriller por su parte, otro género que sufrió modificaciones, pasó de nutrirse de las amenazas reales/ prosaicas a también verse aprisionado entre los muros conceptuales de los fantasmas, posesiones, exorcismos y cualquier entidad inmaterial que “esterilice” la sangre, el dejo iconoclasta y la colección de tetas que dominaron a la comarca retórica desde fines de los 50 hasta fines de la década del 80, léase aquel trayecto que fue desde la algarabía de la Hammer Film Productions, pasó por el exploitation altisonante y polirubro de los gloriosos 60 y 70 y terminó eclosionando en el giallo primero y el slasher después, éste una acepción pauperizada del anterior. La falta de peligros reales en materia de los relatos, anclados en el día a día del espectador, tiene que ver tanto con la popularización de los CGI y el éxito del J-Horror de los 90 como con el predominio señalado de los blockbusters vía una fantasía asexualizada y aséptica.
Un típico producto impersonal y automáticamente descartable de esta lamentable época en términos culturales en la que nos toca vivir, donde las excepciones son valiosas y la regla general suelen ser los bodrios extremadamente insípidos, es No Descansarás (Bed Rest, 2022), ópera prima de la directora y guionista de bagaje televisivo Lori Evans Taylor que se centra en una embarazada de unos siete meses, Julie Rivers (la también productora Melissa Barrera, una actriz mexicana que está probando suerte en Hollywood desde hace un par de años), que tiene un negocio de antigüedades y se muda junto con su esposo, el profesor universitario Daniel Rivers (Guy Burnet), a una casa que desde ya resulta estar embrujada por el espíritu de una psicópata llamada Melandra Kinsey (Kristen Sawatzky), quien anda detrás de su hijo por nacer y por ello una de las víctimas del fantasma, un niño de cuatro años sin nombre conocido (Sebastian Billingsley-Rodríguez), le advierte a Julie acerca del peligro hiper abstracto aprovechando que la protagonista debe guardar reposo en cama durante las últimas ocho semanas de su embarazo por haberse caído de una escalera y haber tenido un desprendimiento parcial de placenta. Mientras que el nene espectral se le aparece de tanto en tanto en la morada en cuestión, a quien ella confunde con un bebé anterior suyo que nació muerto, Rivers sufre el esperable acoso progresivo paradigmático de estos casos.
Entre el “commodity infantil” de El Bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968), la obra maestra de Roman Polanski, la iconografía promedio del espanto de El Resplandor (The Shining, 1980), de Stanley Kubrick, la condena a estar postrado en la cama de Misery (1990), de Rob Reiner, aquella premisa de “casa nueva y monitoreo electrónico sobre el crío” de La Habitación del Niño (2006), opus de Álex de la Iglesia para el ciclo televisivo Películas para no Dormir, e incluso la posibilidad de que otra fémina bien terrenal pretenda robar al purrete de turno símil Al Interior (À l’intérieur, 2007), el recordado debut de los franceses Alexandre Bustillo y Julien Maury, en esta ocasión mediante una enfermera que Daniel trae al hogar para cuidar a su esposa mientras está trabajando, Delmy Walker (Edie Inksetter), la melosa y previsible película de Taylor pretende explotar la reciente fama de la eficaz Barrera, conocida por los últimos dos eslabones de la saga Scream, y reflexionar sobre los miedos y traumas de la maternidad aunque cae en el mismo sustrato anodino de decenas de faenas semejantes que nos aburren con los latiguillos del ninguneo padecido por las mujeres, los enfermos mentales, los recluidos en su domicilio, las embarazadas y todos aquellos cuyo entorno tiende a cosificarlos para que los jump scares sigan acumulándose y el escapismo más necio y vacuo que nos aleja de la realidad continúe vivito y coleando…