El umbral de la locura
Considerando que el realizador Gustavo Hernández cuenta con apenas dos trabajos previos, la placentera La Casa Muda (2010) y la poco vista Dios Local (2014), y que este tercer largometraje es su primera apuesta dentro del mainstream hispanoamericano, realmente sorprende la eficacia del film y su interesante desarrollo narrativo símil “entorno cerrado”. Hablamos de una reformulación de las premisas de aquellos giallos sobrenaturales de las décadas del 60, 70 y 80, ahora reemplazando a los aquelarres por una troupe teatral, a Belcebú por una directora un tantito controladora y al simple acoso escalonado de la entidad malévola por una serie de ensayos basados en el arte de mantenerse despierto con el objetivo de dejar atrás el campo de la razón y entrar de lleno en los confines de lo inasible y lo supraterreno, todo cuanto la sociedad gusta de esconder debajo de la alfombra de las máscaras que utilizamos para compartir “momentos afables” con el resto de los mortales.
De hecho, la historia se centra en una actriz joven llamada Bianca (Eva De Dominici) que está tratando de abrirse paso en la profesión mientras lidia con la demencia y delirios persecutorios varios de su padre. Un día se le presenta la oportunidad de unirse a un elenco de teatro experimental encabezado por una renombrada dramaturga y directora interpretada por Belén Rueda, una mujer famosa por sus performances relacionadas con el insomnio de los actores a su cargo. La chica decide sumarse pero pronto se le informa que competirá por el papel principal de la obra en cuestión con una colega que ya le arrebató en el pasado el protagónico de otra pieza. Rodeada de actores que hacen lo que sea para complacer a la cabeza de la compañía y sometida a una dolorosa privación del sueño, Bianca de a poco sentirá que el lugar donde se montará la obra, un psiquiátrico derruido, comienza a afectarla a través de una “presencia” que sólo se manifiesta con el correr de las horas sin descansar.
Como decíamos anteriormente, lejos estamos de aquella ópera prima del realizador con un presupuesto mínimo, ya que en este caso consiguió reunir fondos de España, Argentina y de su patria Uruguay, y ni hablar del lujo de poder contar con la enorme Rueda, una de las pocas scream queens en lengua castellana. No Dormirás (2018) es un trabajo muy digno de terror psicológico en el que Hernández se luce dosificando el suspenso de manera ingeniosa sin caer en esos típicos abusos y dilaciones de gran parte del género en lo que atañe a las escenas en las que el protagonista de turno está siendo acechado en la oscuridad por los fantasmas torturados de un pasado no tan remoto. Precisamente, el guión de Juma Fodde, a partir de un concepto original del director, es bastante sencillo aunque demostró ser un buen catalizador para una más que correcta ejecución del uruguayo, quien aquí sostiene la acción más en el desarrollo de personajes que en las rutinarias secuencias símil J-Horror.
Si por un lado el genial desempeño de Rueda como un monstruo manipulador no sorprende por el generoso bagaje que lleva acumulado en el género, con neoclásicos como El Orfanato (2007), Los Ojos de Julia (2010) y El Cuerpo (2012), la labor de De Dominici sí asombra porque aquí por fin construye un personaje completo que atraviesa todo un arco dramático de lo más exigente (el terror suele llevar a las emociones y la disposición física hacia el extremo, todo un reto para intérpretes no acostumbrados a este registro). Más allá de la destreza de la película en su conjunto en lo que hace a la tensión de los resortes del género sin apelar en demasía a los clichés y -mucho más importante- no sucumbiendo en ellos con una redundancia soporífera, el opus de Hernández funciona como una lúcida reflexión sobre los sacrificios profesionales, la competencia en el ámbito del trabajo, el maltrato por parte de los directivos para con sus subalternos, esa ambición alienante y antropófaga de la mayoría de las personas con un ápice de poder, la confusión que suelen padecer los actores que se sumergen de manera desmedida en sus roles y finalmente la tenue línea divisoria que nos separa del umbral de la locura; una enajenación que en esta oportunidad adquiere la forma de una posesión que evita la arquitectura de los slashers para apuntalar en cambio un verosímil sutil que quizás se hubiese beneficiado con algo de sensualidad y violencia mordaz, como las de aquellos films italianos que se busca emular…