El uruguayo Fede Álvarez ya acumulaba tres cortos cuando nos regaló Ataque de Pánico (2009), aquella maravilla -centrada en una invasión extraterrestre a Montevideo vía robots gigantes- que demostró que todavía podemos hallar una amalgama de talento y sapiencia técnica en nuestros días, en especial considerando el bajo presupuesto y el escaso desarrollo del séptimo arte en el país vecino. Hollywood de inmediato fagocitó a Álvarez y el propio Sam Raimi le encargó la remake de Diabólico (The Evil Dead, 1981): el resultado fue la exquisita Posesión Infernal (Evil Dead, 2013), una película que no sólo le faltó el respeto a un original que ya quedó anacrónico y algo infantil sino que además tuvo la inteligencia de rescatar el único componente aún valioso, esa intensidad arrolladora que poquísimas propuestas detentan en el terror, el suspenso o casi cualquier otro género contemporáneo.
Como era de esperar, las expectativas ante su segundo largometraje eran en verdad muy elevadas porque aquel trabajo previo rankeaba en punta -y lo sigue haciendo- como uno de los mejores films de horror de lo que va del nuevo milenio. No Respires (Don’t Breathe, 2016) es otro vendaval apabullante de tensión y astucia, un prodigio que ratifica la maestría de Álvarez y lo termina de posicionar dentro de un grupo cada vez más selecto, el de los realizadores que enarbolan rasgos autorales y tienen con qué justificarlos. En esta ocasión combina ítems de La Gente Detrás de las Paredes (The People Under the Stairs, 1991), La Habitación del Pánico (Panic Room, 2002) y ese díptico de Marcus Dunstan compuesto por El Juego del Terror (The Collector, 2009) y Juegos de Muerte (The Collection, 2012), todos representantes gloriosos de la premisa “allanamiento y robo que derivan en desastre”.
La epopeya de por sí comienza con la energía y la vitalidad que deberían tener todas las incursiones macabras: luego de un adelanto de lo que vendrá (un señor arrastrando a una mujer en plena calle) y unos diez minutos de desarrollo de personajes (aquí no nos topamos con ese desfile interminable de estereotipos dramáticos al que nos tiene acostumbrados Hollywood y aledaños), rápidamente caemos en el meollo del asunto. Hoy por hoy son tres los ladrones que ingresan al hogar de Norman Nordstrom (el genial Stephen Lang), un veterano de Irak ciego que perdió a su hija fruto de un accidente automovilístico, tragedia que le reportó miles de dólares de indemnización. Alex (Dylan Minnette) es el encargado de tomar prestadas las copias de llaves de distintas casas que controla su padre, la cabeza de una empresa de seguridad, y Money (Daniel Zovatto) es su amigo y cómplice fundamental.
Hasta cierto punto el verdadero eje del relato es Rocky, la novia de Money, interpretada por Jane Levy (recordemos que la señorita compuso a Mia, la “scream queen” de Posesión Infernal), una actriz muy lúcida que sabe utilizar las expresiones faciales para transmitir el espanto de turno en un ambiente dominado por el silencio más absoluto. Una vez que Nordstrom descubre a los usurpadores y asesina a Money, el realizador se despacha con una magnífica atmósfera de encierro y aprovecha al máximo la necesidad de los jóvenes de no hacer ningún ruido para evitar ser localizados por el dueño de casa, quien asimismo esconde algunos secretitos morbosos. Como si se tratase de una versión clasicista -léase hitchcockiana- de la también recomendable pero inferior Intruders (2015), el film le escapa al atajo de las trampas domésticas ocultas y se decide por un realismo sucio y muy efectivo.
Desde la fotografía de Pedro Luque y la música incidental de Roque Baños hasta el guión del propio Álvarez, a la par de Rodo Sayagues, cada factor contribuye a que No Respires sea una obra excelente y en conjunto todos ponen de manifiesto el rol importantísimo que la ejecución concreta posee en el horror como género: más allá de varias tomas secuencias extraordinarias y una administración del dolor recibo y el infligido que apunta a remarcar aquello de que el cuerpo humano es una máquina capaz de soportar unas cuantas “sacudidas” consecutivas, el director siempre mantiene la distancia emocional exacta para con el misterioso Nordstrom -no es un personaje agradable pero tampoco un monstruo- y nos obliga a ponernos más pragmáticos que éticos, necesidad de supervivencia de por medio. La codicia por un lado y la sed de reparación por el otro terminan unificándose gracias a la desesperación, los intereses contrapuestos, las decisiones equivocadas y una batalla en torno a la posibilidad de transformar las limitaciones en fortalezas y viceversa…