Secretos a la vera del lago
El hasta ahora ignoto Guillaume Canet se impone como un realizador a tener en cuenta a futuro con su sorprendente segundo opus, No se lo digas a nadie (Ne le dis à personne, 2006). A pesar de la demora con la que llega a nuestro país, el film es un thriller romántico símil Alfred Hitchcock que se destaca del resto precisamente por la labor del francés: al combinar la clásica premisa del “falso culpable” y un tono de vocación melancólica, esquiva la catarata de estereotipos hollywoodenses y conduce la trama hacia el terreno de los laberintos cotidianos; sacando en el trajín chapa de “artesano”, uno de los pocos que todavía saben mantener la tensión sin caer en infantilismos, alicientes bobos o golpes bajos.
Adelantar demasiado acerca de una película de estas características puede jugarle en contra debido a que sus méritos están vinculados más a la ejecución concreta que al disparador circunstancial (aquí la novela del norteamericano Harlan Coben). Sólo diremos que el guión de Philippe Lefebvre y el propio Canet comienza con una velada a orillas de un lago protagonizada por Alexandre Beck (François Cluzet) y su esposa Margot (Marie-Josée Croze). Pronto la alegría se disipa como consecuencia de un ataque relámpago: ella es encontrada muerta y él inconsciente. Ocho años después, el caso se reabre por el hallazgo de dos cuerpos y Alexandre empieza a recibir mails anónimos que parecen ser de Margot…
No es para nada un hecho fortuito que la propuesta se haya alzado en 2007 con cuatro premios César, entre ellos mejor director y actor. Tanto por idiosincrasia como por sus inquietudes formales, No se lo digas a nadie resulta francesa hasta la médula aunque sin jamás descuidar los resortes del género: si por un lado hace alarde de esa “elegancia- marca registrada” a la que nos tienen acostumbrados los galos, por el otro se apodera de algunos motivos de los policiales negros para reformularlos con vitalidad y un gran olfato para el ritmo narrativo (los 131 minutos están aprovechados al máximo, por suerte sin lagunas que lamentar). Con el correr de la historia crece un “humanismo del corazón” de rasgos sutiles.
Más allá del excelente desempeño de Cluzet, sin dudas la figura central del convite, cabe señalar que el elenco en conjunto funciona de maravillas e incluye participaciones de profesionales de la talla de Jean Rochefort, André Dussollier y Kristin Scott Thomas. De por sí la escena de la persecución justifica la visión del film: allí el cineasta a partir de recursos mínimos transmite la angustia necesaria para incomodar al espectador. Amparado en oscuros secretos familiares, muchas vueltas de tuerca y la ajustada fotografía de Christophe Offenstein, Canet se reserva con ironía un rol secundario y a fin de cuentas construye un rompecabezas complejo y meticuloso, baluarte del realismo más sofisticado…