Intrincada trama en un eficaz thriller francés
No se lo digas a nadie , best seller bien llevado al cine
Denso, intrincado y colmado de sorpresas, No se lo digas a nadie es uno de esos thrillers que basan su atractivo en la acumulación de giros inesperados, aunque para obtener el efecto sorpresa más de una vez deban sacrificar algo de verosimilitud. Es cierto que en la vertiginosa sucesión de hechos que a cada momento renuevan la intriga e imponen a la acción repetidos cambios de rumbo, el relato no deja mucho margen para detenerse a pensar si lo que se está viendo es creíble: la acción empuja siempre hacia adelante, la meta que hay que alcanzar es la explicación del misterio. O de los misterios, porque a los que Harlan Corben sembró en su best seller, los adaptadores añadieron algunos más.
No hace falta advertir que, tratándose de una ficción tan enmarañada, hay que estar muy atento desde el principio: la sólida construcción narrativa de Guillaume Canet aprovecha cada imagen para sembrar datos significativos que se concertarán -a veces con naturalidad, a veces un poco forzadamente- cuando se arribe a la demorada explicación final.
Ya que el principal atractivo del film está en sus giros sorpresivos (quizá demasiados), conviene revelar muy poco de la anécdota. Apenas que el protagonista, un pediatra que perdió a su esposa ocho años atrás, aparentemente víctima de un asesino serial, recibe vía correo electrónico un mensaje que sugiere que la mujer, su amor desde la infancia, puede estar viva. Casi al mismo tiempo, la aparición de otros dos cuerpos en el lugar próximo a un lago donde se produjo el asesinato, deriva en la reapertura del caso y convierte al protagonista en sospechoso.
En el complejo laberinto que se arma en torno del médico se mezclan desde la amiga y confidente que es a la vez pareja de su hermana; el suegro policía; dos investigadores que no le pierden el rastro; un político millonario; una abogada de prestigio; un hampón que, por gratitud, le ofrece protección con su pandilla y debe vérselas con otro grupo de matones profesionales; una perversa torturadora, etc.
Canet transita por el género con llamativa autoridad (su relato tiene nervio y buen ritmo y es admirable la secuencia de la corrida por París), aunque a la historia de amor que está en el origen y le da sentido a todo el cuento le falta convicción y temperatura.
El elenco -al frente del cual François Cluzet se luce en un papel exigente y físicamente agotador- es de lujo.