There is beauty in control. There is grace in symmetry. We move as one.
Para su segundo largometraje, Olivia Wilde apostó a más. La sobriedad, autenticidad y sencillez que caracterizó a su sorprendente ópera prima, Booksmart, se cambia por lo grandilocuente, artificial, frío y exagerado en esta historia sobre un mundo perfecto que esconde algo terrible. Polémicas que no interesan aparte, estamos ante una fallida propuesta.
Alice vive junto a su marido Jack en un pequeño pueblo llamado Victoria. Un pueblo chico, de pocas parejas (la mayoría con hijos o con planes de tenerlos; todas heterosexuales), una especie de burbuja donde viven protegidos de la amenaza exterior. Los hombres a diario parten a trabajar para Frank, el hombre que les da trabajo y hogar y les permite ser parte de algo único. Las mujeres se quedan en sus casas, limpiando, cocinando, a veces juntándose entre ellas o practicando ballet. Aunque se percibe que esta pareja hace un tiempo vive así, la película desde un principio empieza a distorsionar la realidad de Alice, que observa cosas que le resultan extrañas. Primera falla de las muchas del guion: no hay algo en particular que encienda esta atención que se le despierta, aunque sí pronto un personaje, una mujer que dice cosas extrañas y a la que parecen querer silenciar, la haga sospechar en serio.
Gran parte de la película se encarga de retratar este mundo y olvida desarrollar personajes totalmente intercambiables. Paredes que tiemblan, sonido de aparentes explosiones, comidas que nadie entiende de dónde salen (todo proviene de Victoria, y es un pueblo de pocas cuadras donde sólo parecen estar estos hogares y un poco más allá la central donde los hombres van a trabajar). Olivia Wilde insiste en retratar un mundo que parece perfecto en su superficie pero al mismo tiempo lleno de grietas que amenazan con romperse en pedazos porque ya sabemos que no todo lo que reluce es oro.
Alice se deja llevar cada vez más por esta sensación de que hay algo raro sucediendo en ese lugar. No quiere ser solo una muñeca a la que alguien cuide, quiere conocimiento. Y en esa búsqueda, que por momentos no parece más que mental, llega hasta la zona prohibida, la famosa central y a partir de ese momento ya nada podrá ser igual. Su compañero, Jack, que la ama y desea con devoción no puede escucharla ni comprenderla porque ni siquiera ella misma entiende qué es lo que está mal.
La premisa de la película rememora de manera inmediata a The Stepford Wives (en especial la versión de Frank Oz aunque pareciera querer acercarse al horror de la de Bryan Forbes) y pronto va desplegando todo un abanico de influencias entre los que se podría mencionar The Truman Show y Black Mirror. Aunque resulte poco original podría también ser interesante, tiene su atractivo. No obstante el guion de Katie Silberman se regodea en un montón de detalles que no hacen a la trama (al contrario, pero ahondar en muchos de esos agujeros es acercarse a posibles spoilers) y descuida el desarrollo de personajes.
En el centro de esta pesadilla está la Alice de Florence Pugh, actriz que ha demostrado desde Lady Macbeth y en especial con Midsommar que tiene un talento potente. Aquí sin embargo no le alcanza y recae en exageraciones que no logran salvarla. No está bien acompañada por un Harry Styles plano que no encuentra su tono y una deslucida Olivia Wilde, cuyo desgano se nota en casi cada aspecto de la película. Chris Pine prometía algo más con su excéntrico Frank pero nunca se le permite terminar de revelarse ni tampoco a Gemma Chan como su esposa, por lo que su acción en el final resulta irrelevante para el espectador.
En cuanto a la dirección, también estamos ante un producto flojo. Hay planos e incluso escenas que se suceden con poca fluidez entre sí. Y por momentos una desprolijidad tal que hasta aparece en plano de manera muy notoria un camarógrafo con su cámara en un espejo que abarca gran parte del encuadre. El diseño de producción, con escenarios y vestuarios propios del mundo a retratar es el único aspecto totalmente logrado de la película.
Es una pena que una propuesta arriesgada y ambiciosa no consiga desplegar un argumento efectivo y que en cambio opte por un guion lleno de agujeros y preguntas que atentan contra la verosimilitud. Hay una clara mirada crítica sobre los roles de género que de todos modos se siente algo anticuada, como que no ofrece nada nuevo hoy. La utilización de lo fantástico, la idea de distopía o de experimento social, terminan desaprovechadas a falta de un mejor desarrollo.
Don’t worry, baby se sucede de manera repetitiva hasta un tercer acto recargado y apresurado que no hace más que exponer sus fallas. Una película que promete y al final no resulta ser más que una trampa, un engaño. Nada es lo que parece nunca, eso seguro.