La reconstrucción expresiva
Adepto a sustraerse del ámbito cinematográfico que lo rodea por considerarlo -con toda la razón del mundo- bastante pueril y anodino, Gus Van Sant fue armando un universo propio en el que la honestidad, los demonios personales, la crudeza, los vaivenes psicológicos y la poesía conviven en una obra profundamente independiente de las modas y que ha tenido sus altas y bajas a lo largo de las últimas décadas. El realizador de films muy recordados como Drogas, Amor y Muerte (Drugstore Cowboy, 1989), Mi Mundo Privado (My Own Private Idaho, 1991), Todo por un Sueño (To Die For, 1995), En Busca del Destino (Good Will Hunting, 1997), Elefante (Elephant, 2003) y Milk (2008) hoy regresa a su mejor forma con No te Preocupes, No Irá Lejos (Don’t Worry, He Won’t Get Far on Foot, 2018), una biopic preciosa e hipnótica, alrededor de la figura del caricaturista norteamericano John Callahan, que le permite dejar en el pasado la trilogía de trabajos previos, las interesantes aunque algo desparejas Restless (2011), Promised Land (2012) y The Sea of Trees (2015), vistas sobre todo en el circuito de festivales y con una distribución internacional restringida.
El director se sirve del formato de las biografías cinematográficas, un esquema por demás explotado por el séptimo arte de nuestros días a escala global, para subvertirlo desde su idiosincrasia humanista optando por construir un retrato sutil y freak con estructura de mosaico existencial, siempre haciendo foco en el fluir anímico del protagonista y la enorme importancia de su círculo íntimo por sobre la mera acumulación de episodios centrales de su vida, la condescendencia barata de los productos hollywoodenses o la gran “moraleja” que debería llegar -según las reglas no escritas del género- durante los momentos finales. El eje de la película es una inconmensurable actuación de Joaquin Phoenix en el rol de Callahan, quien aquí entrega una de las mejores interpretaciones de su carrera escapándole a los tics patéticos de siempre de los actores mainstream a la hora de ponerse en la piel de un discapacitado o enfermo mental o paciente crónico y ofreciendo un desempeño hiper sincero que explora lo más difícil de explorar, léase los problemas de todo tipo que arrastra el sujeto en cuestión al punto de sufrir horrores en lo referido a su salud física y espiritual.
Principalmente el guión, escrito por Van Sant a partir de las memorias de Callahan, gira en torno a cuatro núcleos fundamentales: primero tenemos el accidente automovilístico que transforma al susodicho en un semi cuadripléjico a la edad de 21 años producto de ser el acompañante en un vehículo conducido por Dexter (Jack Black), un hombre tan alcohólico como él que termina chocando contra un poste de luz; luego viene el trauma por haber sido abandonado por su madre biológica y sentir que no encajaba en su familia adoptiva, una ausencia que marcó todos sus días en este planeta; a posteriori está ese problema con la bebida que eventualmente lo lleva a asistir a reuniones de Alcohólicos Anónimos, donde conoce a su espónsor en el sinuoso camino a renunciar por completo a la adicción, Donnie (Jonah Hill); y finalmente nos topamos con la veta artística y el bálsamo de su vida, ese humor negro basado en temas tabú -como el mismo hecho de estar condenado a una silla de ruedas o la estigmatización hipócrita social hacia las minorías- que le permitió renacer en términos expresivos y reconstruirse como ser humano con semejantes limitaciones y penas.
Como siempre en el cine de Van Sant, la película en el fondo es muy sencilla y hace del análisis visceral, irónico y lánguido del protagonista su horizonte, un recurso de corte lírico que el realizador continuamente vuelca al naturalismo más maravilloso y documentalista con el objetivo de colocar en primer plano las contradicciones enriquecedoras de los personajes, ya sea que hablemos del férreo y a la vez sensible Donnie, las ganas de mandar al demonio a su paciente del paradójicamente fiel Tim (Tony Greenhand), el enfermero/ asistente de John, el cariño de su novia sueca Annu (Rooney Mara), esa que no prescinde de su vida como otras mujeres “consagradas” a un hombre con discapacidad, o los demás alcohólicos que Callahan descubre en las sesiones encabezadas por Donnie, entre los que se encuentran Hans (el eterno Udo Kier) y Corky (la genial Kim Gordon, otrora líder junto a Thurston Moore de Sonic Youth). El histórico minimalismo del cineasta converge con su eco en un Callahan ciclotímico que lucha en simultáneo en distintos frentes y hasta debe batallar contra la burocracia del gigantesco y plutocrático aparato de salud estadounidense.
No te Preocupes, No Irá Lejos obvia a conciencia el abuso sexual que padeció John a los ocho años por parte de una maestra, quizás porque de por sí pesan muchos fantasmas sobre el intelecto atormentado del caricaturista, y logra la proeza de balancear toda la alienación, tristeza y disposición autodestructiva con una mordacidad muy inteligente cuya cáscara distante esconde un corazón de lo más sensato y austero orientado a subrayar la enorme dignidad de los marginados en el atolladero de la vida y en sociedades apáticas plagadas de egoístas, fariseos y mediocres. Aquí la sobriedad y el arte más inconformista y polémico se transforman en las metas personales de un hombre atrapado en dependencias y lagunas emocionales de larga data, cuya representación en el relato se condice tanto con una edición que pasa de lo agitado a lo plácido como con una autenticidad general que busca la paz entre el inevitable caos. El enfoque delicado y a la vez aguerrido de Van Sant sobre algunas de sus temáticas preferidas, como las implicancias de la exclusión, la solidaridad y el amor no idealizado, constituye uno de los pequeños grandes tesoros del cine de nuestra época…