No Toques Dos Veces: Relegando espanto a un injusto segundo plano.
“Terror es el sentimiento que paraliza el ánimo en presencia de todo lo que hay de grave y constante en los sufrimientos humanos y lo une con la causa secreta”.
James Joyce
El terror siempre ha sido la metáfora de nuestra oscuridad, en él guardamos las frustraciones, los anhelos, el desconocido accionar de nuestros sentimientos en los violentos límites. El terror se expande en la medida en que no somos capaces de enfrentarlo por lo que es y no por lo que representa. Abandonarlos es terror, desposeer al otro y convertirlo en una sombra que nos persigue. Mark Huckerby y Nick Ostler, los guionistas de Don’t Knock Twice, intentaron utilizar el horror sobrenatural como metáfora de los errores humanos, de la cobardía y casi logran un producto más que decente, pero la mixtura se antoja por momentos tan rebuscada que cae en la fatalidad de lo obvio.
La joven vive en un orfanato, está porque su madre la abandonó cuando creyó que era lo mejor para la niña ante su inestable vida. Una joven que se crió con esa relegación y que cuando parece aprender a convivir con ella, esta madre regresa a buscarla. A su vez, de trasfondo está la historia de la señora Aminov, acusada de secuestro y desaparición de niños, que termina quitándose la vida cuando ya no soporta la presión de tamaña culpa. Guardiana de una entidad sobrenatural, que al morir, suponen, la ha dejado libre. ¿Por Qué no toques dos veces? Una leyenda urbana que nace tras ese fatídico incidente. Una vieja casa, una puerta, el llamador. Chloe, la abandonada, toma el desafío y toca.
Luego vendrá lo ya sabido, una alegoría, la sombra de esa mujer que toma y quita sin importarle cuánto dolor o terror causa, una criatura que envuelta en un egoísmo insano, si vale tal afirmación, buscará su provecho más allá de los sentimientos que pueda generar y luego está el monstruo o bien podríamos decir los monstruos. Una es la criatura que se mueve en el límite de los mundos y que lo cruza a fuerza de sangre y muerte y el otro aquel traiciona, una constante en el film, la confianza de los niños para arrebatarlos a esa oscuridad que es el desaparecido, la fotografía en el cartón de leche.
Ambas mujeres, en la vida Chloe, son eso; un terror del pasado que regresa, un abandono y una captura. Baba Yagá y la madre son la misma entidad que disocia el guión, de manera bastante burda y que ante tal trato se pierde en ese terror de manual. “Cuando era niña, había esta extraña mujer…” Dice la joven al comienzo. Tal vez si hubiera sido un drama sin esos sustos, habría significado un horror más estremecedor y viceversa, pero la mezcla que realizan, por más esfuerzo que las actrices hagan, queda a mitad de camino entre un drama familiar y una cinta de miedo sin ser ninguna. Más allá de una excelente performance de las protagonistas, Katee Sackhoff (la recordarán de la remake de Battlestar Galactica – 2004/09) como la madre; Jess y Lucy Boynton (que podremos ver en Murder on the Orient Express – 2017) como la adolescente Chloe, son esos diálogos acartonados los que no permiten una completa credibilidad de la historia y eso que ella encierra en esa sombra, el abandono, el abuso y la redención.
Como conclusión, es un film que no asustara a nadie, que ya testeamos con Mamá (2013) de Andrés Muschietti y que aunque dispone de una esmerada dirección, por parte de Caradog W. James, y con un elenco solvente, es en el guión donde cae en lo trillado del género, descuidando una interesante historia en pos de un susto, relegando el verdadero espanto a un injusto segundo plano.