El exilio interior
No existen eventos más automatizados e hipócritas a nivel social que las festividades de fin y comienzo de año, léase Navidad, Año Nuevo y Día de los Reyes Magos, un catálogo de celebraciones que para gran parte de la humanidad funciona como un caldo de cultivo para el estrés, la falsedad, los anhelos fervientes, la nostalgia, la compulsión consumista, los atracones, la frustración, las peleas y esas miserias que parecen nunca resolverse a escala tanto familiar como barrial, comunal, nacional e internacional. El cine, arte sádico y directo si los hay, ha explorado en innumerables oportunidades las diferentes facetas de dichas fechas, casi siempre remarcando la mitología ampulosa que circunda a las reuniones de turno, la distancia entre los “buenos deseos” y la triste realidad y finalmente los desengaños que arrastran los miembros del clan en cuestión y que van mucho más allá del suceso en sí.
Noche de Paz (Cicha Noc, 2017), ópera prima de Piotr Domalewski, emplea el tono áspero tradicional del cine polaco para examinar tanto el carácter forzado/ masoquista/ delirante de la Navidad, en lo que a aglomeración familiar se refiere, como la identidad apesadumbrada de las generosas capas empobrecidas rurales del país, algo así como una burguesía bucólica venida a menos que se siente -con razón- “europeos de segunda mano”. La premisa es harto habitual y nos presenta a un protagonista relativamente joven, Adam (gran labor de Dawid Ogrodnik), que vuelve a la comarca de su parentela luego de unos años de trabajar en Holanda: a pesar de que la excusa es la celebración navideña, en verdad lo que pretende el hombre es vender la casa del abuelo del clan (Pawel Nowisz) para utilizar el dinero para mudarse ya definitivamente al extranjero con su pareja embarazada, Asia (Milena Staszuk).
Entre las ansias de abrir un negocio propio en los Países Bajos, dejar atrás los diversos problemas de su estirpe y compartir hogar con una Asia a la que vio poco a lo largo del tiempo porque la mujer se quedó en Polonia, Adam intentará contentar a su atribulada madre Teresa (Agnieszka Suchora), quien prácticamente crió sola a sus hijos ya que el marido estaba casi siempre ausente, y convencer de la venta a su padre Zbyszek (Arkadiusz Jakubik) y sus hermanos Pawel (Tomasz Zietek) y Jolka (Maria Debska). Por supuesto que las cosas no serán tan fáciles porque la mala relación con Pawel sigue latente, el esposo de Jolka resulta ser violento con la chica y en general las frustraciones y el alcoholismo de Zbyszek y el simpático nono -el cual además quiere asesinar al perro del clan porque le mata sus queridas palomas- amenazan con aguar para siempre los planes del protagonista.
Domalewski se mueve con astucia y comodidad en un terreno cercano al drama adusto de angustia contenida, hoy apuntalado en secretos, dolores silentes y chispazos de primera persona vía el ardid del “video diario” que filma Adam para su futuro vástago con la intención de registrar el período previo al nacimiento. Sin ser precisamente una maravilla ni aportar elementos novedosos a un esquema antiquísimo como el de las festividades que se van al demonio, Noche de Paz cumple con su objetivo de ofrecer un pantallazo seco y sin romantizaciones patéticas modelo hollywoodense de la payasada de fondo de gente que en esencia no se soporta pero se reúne “porque sí” en función de manifestaciones culturales residuales de larga data, a lo que se suma un análisis bastante correcto de la necesidad de cada integrante de exiliarse incluso dentro de la familia (la idea de la reclusión interna pacífica sobrevuela toda la trama, mecanismo psicológico destinado a evitar estallar frente a los inaguantables consanguíneos) y un examen de esa idiosincrasia polaca a la que nos referíamos anteriormente (hablamos de la sensación de estar atrapado en un país que no brinda posibilidad alguna de progreso y que condena a la pobreza a la enorme mayoría de sus habitantes, un panorama que desde Latinoamérica es perfectamente comprensible).