La sed verdadera
Dentro de la colección de anomalías que caracterizan al horror como género, quizás la más distintiva de los días que corren se ubica a nivel cualitativo, ya que o nos topamos con películas muy malas o propuestas que levantan la vara -una vez más- de manera más que considerable. Si bien en muchas ocasiones solemos remarcar que el terror no necesita de presupuestos gigantescos o estrellas de renombre porque la ejecución en manos del realizador de turno lo es todo, Noche Diabólica (From the Dark, 2014) trae a colación una suerte de mediocridad que constituyó el paradigma de base de otras épocas: durante nuestra contemporaneidad sólo el horror suele pasearse errático entre los dos extremos señalados anteriormente, mientras que el resto del espectro cinematográfico sigue respetando esa medianía desesperante propia del séptimo arte en general y del mismo género en el pasado.
Paradojas mediante, la obra que nos ocupa funciona como una excepción debido a que se debate continuamente entre las bondades de su estructura y los problemas actorales, sumando por un lado tantos puntos a favor como en contra y por el otro quebrando la lógica pendular del presente. El opus del director y guionista Conor McMahon nos regala una cronología que comienza con el viaje en auto de Mark (Stephen Cromwell) y Sarah (Niamh Algar) por el interior de Irlanda, continúa con el típico desperfecto vehicular de siempre y desemboca rápidamente en la aparición de una criatura (interpretada por Ged Murray) que los acecha con perseverancia y una buena dosis de angustia. Ya en el prólogo se nos aclara que estamos ante un “adversario” a mitad de camino entre Nosferatu (1922) y El Descenso (The Descent, 2005), cuando el susodicho le hinca las dientes a un lugareño desprevenido.
Adoptando los engranajes principales de los relatos de entorno cerrado y sus subproductos, McMahon de hecho centra el desarrollo narrativo en la casa de la víctima del inicio, dentro de la cual la pareja decide esconderse y confrontar con el vampiro y su flamante discípulo. El cineasta se ampara en un minimalismo sutil y utiliza relativamente bien las tomas subjetivas, la cámara en mano, el fuera de foco y las sorpresas que depara la oscuridad, sin volcarse del todo a lo que sería un falso documental y siempre manteniendo la tercera persona durante la faena. La construcción animalizada y seca del chupasangre también es un elemento interesante, ya que le otorga al acoso que sufren los protagonistas un tamiz de urgencia y exasperación a través de la artimaña de poner en primer plano las debilidades del ser nocturno, como por ejemplo su lentitud y esa clásica fobia/ aversión hacia las luces.
Sin duda el mayor inconveniente del film lo hallamos a nivel del desempeño de Cromwell y Algar, dos intérpretes un tanto rústicos que no consiguen transmitir en un cien por ciento la premura que reclamaba el contexto. Asimismo, la responsabilidad de ello también cae en el guión de McMahon porque abusa de la estupidez y torpeza de los protagonistas: así las cosas, a lo largo de la historia ambos se la pasan cayéndose, resbalándose, tropezando, gritando cuando deberían callar, caminando cuando deberían correr, etc. A pesar de que por momentos todo el asunto le da una pátina de realismo decadente a la película, a decir verdad el ardid cansa un poco y le juega en contra a la experiencia en general porque los personajes terminan resultando algo molestos y triviales. Lo mejor de Noche Diabólica es la sed del cazador y su porfiar en pos de alimentarse de un par de burgueses aburridos…